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Ya tenemos el enésimo acuerdo por unanimidad para solucionar el problema de la Madrugá, cuya unanimidad ha tardado tan solo unas pocas horas en verse que estaba cogida con alfileres.

El desencuentro de las hermandades de la Madrugá, lejos de ser algo puntual, se está enconando como unos de los malestares más arraigados y a la par más irresolubles de nuestra Semana Santa actual. Por muchos acuerdos o unanimidades in extremis que se tomen.

¿Cuántos planes o soluciones hemos conocido en el último año? ¿Y en los últimos días? Que ni Plan Nieto ni Plan Macarena ponen arreglo a una situación que, año tras año, lleva emplazándose como si al año siguiente la solución estuviera más cerca. Y nada más lejos de la realidad.

Entre dimes y diretes, entre quítate tú para ponerme yo o cambios sutiles de itinerarios, no se atreven a tocar los puntos principales de conflicto, bien por no romper concordias, bien por no meter más los dedos en la llaga, o simplemente porque no hay valor para poner cada cosa en su sitio.

No quisiera estar en los zapatos de los de San Gregorio, tampoco en los de algunos hermanos mayores que por aquello de verse como actores secundarios en este debate poco tienen que decir en una pugna entre cabezas de cartel con pesos desiguales.

Aun sin saber definitivamente si Daoíz será punto de mi camino para 2016 -con este tema permítanme el escepticismo-, lo que sí me aventuro a vaticinar, y con poca incertidumbre, es que tendremos Madrugá para largo, y que más pronto que tarde volverán a hacerse palpables los desencuentros entre sus protagonistas.

Haya paz y mucha solidaridad, esta es la palabra clave para resolver definitivamente esta situación. Eso, y mucho sentido común.