La simple apariencia de muchos centros públicos ya sugiere lo que tras sus paredes se alberga. Será que, en este caso, el hábito sí hace al monje. Sobriedad, orden, como si de un establecimiento soviético se tratara, homogéneo y frío, todo se enmarca en un entorno gris, sombrío y con montañas ingentes de papeles.

Tras ellos suele habitar esa extraña raza, en otro tiempo añorada por todo españolito, formada por los funcionarios que, con pagas extra o no, siempre parece que te eligen según extraños criterios de eficiencia, o más bien nulos. Lo que hace que te topes con ese primus inter pares que hace de menos a la profesión, con aquel que hace suya la ley del que lo haga otro.

– “Esto no es aquí”- y vas al lugar que te indican.
– “Esto te lo hacen arriba”- y te vuelven a mandar al sitio de origen.

Así, como si de las “12 pruebas de Astérix” se tratara, vagas de un sitio a otro en busca de las migajas de amabilidad que algún buen -que también lo hay- funcionario te brinde en tal momento de desesperación.

Y con todo, todo tiene su plazo de entrega. Pero el plazo a veces parece solo afectar a lo que viene de fuera pues, al pasar por el puesto de control, en los edificios públicos el tiempo se para. Se me viene a la mente Dalí y sus relojes blandos.

No quiero recurrir a tópicos tan manidos como estos de los funcionarios, pero lamentablemente mi experiencia no me lleva a poder acreditar haber hecho un trámite a la primera y de una sola vez en ninguna de las cuestiones que se me han planteado, desde becas universitarias a trámites con Hacienda.

Pero me gustaría romper una lanza por aquellos que se entregan. Esto es como todo en la vida, hay quien se lo cree y quien no. En mi caso me gustaría creer que sí existe esa rara avis que te facilita tu ascenso hasta la tan ansiada cumbre de tu gestión. Que te da respuestas a tus preguntas y te gestiona tus necesidades de golpe. De entre las multitudinarias capas de personal público, seguro que hay gente que es funcionaria de corazón y no ha estudiado unas oposiciones por tener una colocación de por vida. Mas, ¡ay!, que ya de por vida no hay nada, ni en la Santa Apostólica Administración Pública. ¿Será que por esto la eficacia está menguando? ¿O acaso dicha eficacia nunca fue tal?

“Gran persona debió de ser el primero que llamó pecado mortal a la pereza”, decía Larra en su famoso artículo “Vuelva usted mañana”. Poco tengo que aportar a las palabras de este grande, tan solo hacerlas mías con el ruego de no tener que gestionar nada en breve y el deseo de no tener que volver a la lucha de los mostradores, al menos, mañana.