Contar un cuento es saber guardar un secreto
Andrés Neuman
Laura Rosal. Caminaba sola, a paso rápido, sigilosa como un gato. Temblorosa, muerta de miedo, huyendo de su propia sombra, del arañazo en la nuca. Atrás quedaban unos pasos y un estruendo que sonaba como una patada a la noche. ¿Y qué sucede cuando uno no sabe dónde huir? Sucede que uno corre hacia la nada. Se lanza de cabeza al vacío. En este caso el espejo da forma a ese vacío. La salida de emergencia no es más que un pozo negro, ese músculo tenso, una costura desgarrada.
¿Y cuál es el secreto de los secretos? ¿Cómo explicar lo inefable, lo que nace sin nombre? Que me lo explique cualquier teórico del cuento. El señor Neuman es un viejo amigo. Habla de narraciones y de secretos. El señor Neuman escribe tan dulce como habla. Habla en verso, en prosa, habla sin seguir líneas en el aire. Su raíz argentina le delata al paladear cada palabra y dejarla resbalar sobre sus labios con esa ternura anónima, sabiendo de antemano el deleite que provoca con ello. Sabiendo que sabes que sólo te está mostrando el vértice de una historia larguísima. Callando el fundamento. Dejando pistas, nunca el mapa detallado.
Que vengan, que se acerquen todos los críticos y escritores y nos desvelen el infinito de las letras, la cara b de todas esas historias. Yo no pido demasiado, sólo el todo por el todo.
En mi imagen el cuerpo se pliega, inventando sombras, variaciones sobre el paisaje. Por ejemplo: desenredarme el pelo, empezar veintitrés cuentos, no terminar ninguno. Guardar el secreto, acunar el secreto, hacerle un nido entre las tripas. Y bien, la puerta al misterio: de nuevo el espejo. De nuevo el arma más puntiaguda. Ese trozo de hielo oscuro, esa entrada y salida, esa puerta donde el perfume del reflejo apenas late. Nadie lo ve, a nadie le importa.
Acercarme al espejo garabateando las últimas palabras.
Desear que todas las letras duerman indescifrables.
Buenas noches, cuento.