Hay personas para las que el cáncer se ha convertido en un incómodo miembro más de su familia y cuyos efectos pueden sentir, si no en su piel, en la de los suyos. Para ellos todos los días son 4 de febrero.

Cada mañana comienzan desde bien temprano su particular Día Internacional contra el Cáncer y cada día libran su batalla sin importarles si alguien los recordará esa jornada con un lacito o escribirá unas líneas conmemorativas. Poco les preocupa eso ahora en su rutina que inevitablemente gira en torno a la próxima sesión de quimio o de radioterapia y que vive pendiente de la siguiente revisión oncológica.

El camino del cáncer es duro y largo, y durante este proceso son tangibles las huellas que deja esta enfermedad y los cambios que provoca. Desde que se cayera el pelo salir a la calle se convierte en un ritual de pequeños preparativos protagonizados por la colocación de la peluca, sombrero o pañuelo que disimule los efectos del tratamiento a los ojos de los demás, o a los propios, o simplemente sirva para fines menos coquetos como protegerse del frío. Ducharse también se torna más complejo, sobre todo por la pérdida de hidratación en la piel, que tras el baño obliga a aplicarse crema abundantemente para evitar las descamación. Además, comer se vuelve un infierno pues la comida ya no sabe igual, ni si quiera sabe, y la boca llena de llagas hace que a lo insípido de los alimentos se una el malestar al masticar. Y los vómitos, ¡ay, los vómitos!

Pero a su paso el cáncer no solo deja sentir sus efectos en el cuerpo, si no también en la mente. Hay días que el ánimo empuja a seguir y otros que no hay ganas de levantarse; momentos de euforia por la lucha y momentos de autocompasión; risas por sentirse mejor y lágrimas de impotencia ante una recaída…

Aunque hay que ser valientes, hay miedo, miedo porque a pesar del apoyo y del afecto a su alrededor no pueden evitar sentirse solos en este camino, como si nadie supiera lo que es estar en sus zapatos. Por eso en las salas de espera, en las calles, en los medios se buscan y se encuentran otras historias como las suyas, aunque distintas, que hacen que su carga se haga menos pesada, que los hace sentirse menos raros, menos olvidados.

Porque a pesar de todo lo que sabemos hoy día sobre el cáncer no es trivial que uno de los objetivos del II Plan Integral de Oncología de Andalucía y del Día Internacional contra el Cáncer sea el desmontar mitos sobre esta enfermedad. Mitos que viven aún en el imaginario de muchos y que relacionan directamente el cáncer con la muerte, algo que, gracias a la lucha de miles de profesionales y al tesón de los pacientes, cada vez se convierte en más leyenda.

Aunque haya aumentado el número de personas diagnosticadas de cáncer, también aumenta las probabilidades de superación, descendiendo la tasa de mortalidad por cada 100.000 habitantes de 269,34 en 2008 a 237,34 en 2012. Y cuando a tu alrededor se convive tan directamente con esta enfermedad, estas cifras no pasan inadvertidas y son un aliento para todos, por lo que me resulta insuficiente un solo día para alabar las 365 batallas que se afrontan en el año. Independientemente de si se gana finalmente la guerra o no.

El cáncer ha sido especialmente duro para los míos en 2013, por eso quiero dedicarle cada uno de los 365 Días Internacionales contra el Cáncer de cada uno de mis años a reconocer su lucha y la de sus familias que desde el tesón no desisten en su empeño.

Mi recuerdo y reconocimiento a todas porque sois unas valientes, porque sois un ejemplo de superación, porque miráis a los ojos a la enfermedad, porque le ponéis a los días una sonrisa, porque inventáis cada mañana las ganas de seguir, porque sacáis fuerzas de donde no las hay… Porque no hay guerra perdida si se le planta batalla, porque no hay vencedoras ni vencidas, porque todas sois unas ganadoras.

www.SevillaActualidad.com