Entre mariscadas, maletines -imitaciones o no- y viajes al Caribe, más que sindicatos, UGT y CCOO parecen haberse convertido en El Corte Inglés de las facturas falsas. Y tanta ostentación se traduce en el cuestionamiento de la actividad general de estos sindicatos mayoritarios que, lejos de dedicar algunas de las ayudas públicas a sus fines originales -mayoritariamente para formación para el empleo-, las gastaban como si en lugar de trabajadores fueran parte de esa patronal acomodada a la que tanto critican.

Guerra o no de clases aparte, qué mejor sindicalista que aquel que, como caballo de Troya, se afilia a un un sindicato y lo destruye desde dentro. Esto es lo que deben pensar nuestros populares gobernantes, tan admiradores ellos de la actividad sindical, y la patronal andaluza, que se ahorran el tener que arremeter más aún contra ellos mientras son los propios sindicatos el origen de su autodestrucción y desprestigio.

Pero estos sinvergüenzas, estos trabajadores que parecen no conocer lo que es trabajar y que se llaman a sí mismos sindicalistas no son personas al servicio de los sindicatos, sino individuos que ponen el sindicato a su servicio, mostrando una absoluta indiferencia por la lucha que personas honradas y comprometidas realizan cada día para mejorar las condiciones de sus compañeros.

Cada euro que se gasta en algo que no vaya al empleo hoy día, y más aún por parte de un sindicato, es un euro corrompido, como corrupto es aquel que lo gasta. Que el que anda con miel se chupa los dedos, así que no metamos a golosos en esto.

En el conocimiento de la existencia de estas prácticas más que cuestionables destacaría, además, el papel que los medios de comunicación, sobre todo los de La Caverna, como los llama José Mª Izquierdo, están desempeñando ante estos hechos noticiosos.

Por una parte, me alegra ver que la prensa parece recuperar una de sus funciones, que es la de la salvaguarda de lo público y la de la denuncia de las corruptelas. Pero por otra parte, me sorprende la maestría con la que La Caverna se sitúa a la cabeza de una cruzada no contra la corrupción, sino contra los sindicatos mismos como parte de una salvaje campaña de descrédito contra los sindicatos. Esta demonización de su actividad, esta duda metódica cartesiana sobre todo lo que tenga que ver con ellos es un mal mayor a nuestro sistema laboral que los trabajadores no podemos consentir. Que la Justicia, aquella que perdona a los políticos demostrando que no es nada justa, aquí que no perdone, que lo mejor que le puede pasar a los sindicatos y a los trabajadores en general es que se extirpe de raíz a estos aburguesados que buscan su beneficio particular a costa del beneficio y el esfuerzo común.

Porque aquellos que caminan por delante y no al lado de un compañero no son buenos para nadie.

Pero que no se criminalice a los sindicatos, que no se cuestione la asociación de los trabajadores para la defensa de sus condiciones laborales, porque este Gobierno tiende cada vez más a aislarnos como si fuésemos individuos asociales, como si no tuviésemos intereses comunes por los que luchar. Porque la desconfianza en el de al lado, el miedo a lo que parte de o piensan los otros, a ellos les beneficia tanto o más que el borreguismo de las masas.

A pesar de los ERE, Mercasevilla, Gürtel, Noos y demás dice Alonso que en España no ha aumentado la corrupción, sino su grado de conocimiento. Si es así, me alegra saber al menos que algo se está haciendo bien, que es el destaparlo. Me entristece, no obstante, no saber cuánto se habrá ocultado durante tanto tiempo mientras los medios no tenían posibilidad de contarlo. Que la prensa, aunque sea cavernaria, siga destapando basura, porque si tanto se afanan en delimitar nuestras libertades, si ladran, será que cabalgamos.

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