“O mejor, acampe ahí, en frente de la ventanilla. Relájese y trate de disfrutar porque las cosas se terminan solucionando, pero nunca es tan fácil como parece”.

Madrugones, días de trabajo perdidos, comidas atragantadas… para hacer colas desde la siete de la mañana o las dos de la tarde y conseguir un número que me diera derecho, dos horas más tarde, a hacer otra cola para que, tras hacer mi consulta, me mandaran volver al día siguiente. Y así, ya van más de dos semanas.

No es justo señalar únicamente a un responsable, ni por supuesto al personal administrativo, pero lo cierto es que mi fracasada experiencia con la administración de la Universidad de Sevilla, estos últimos días, ha sido extraordinariamente parecida al cuento de Larra que da título a este artículo o a una de las doce pruebas en las que a Astérixle piden entrar en La Casa que Vuelve Loco para ‘una simple formalidad’. Poco o nada ha cambiado.

Vaya antes que nada mi respeto para quienes me han atendido –y seguirán haciéndolo- porque son, seguro, los principales afectados por la inexactitud de la administración y meterlos a todos en un mismo saco sería muy injusto. Sin embargo, estos días me he encontrado frecuentemente con un perfil muy dañino: el de la persona que está en una ventanilla exclusivamente para cursar trámites y que, por el contrario, es incapaz de buscar solución a un problema. Es decir, responde a un sistema milimetrado de funciones y procesos y todo lo que queda mínimamente fuera es, por defecto, derivado a otra persona u oficina; en definitiva, se te obliga a perder otro día.

Otro perfil, mucho más reducido pero también presente, es el del héroe. Es cierto que, desgraciadamente, los responsables no sólo tienen que soportar estos días una multiplicada carga de trabajo sino que, además, deben aguantar las frustraciones de aquellos a quienes atienden, pero el cumplimiento de sus funciones en ningún caso les convierte en héroes a los que debamos un favor. La semana pasada, concretamente, tuve que asistir a una reunión, con una responsable de mi universidad, cuyo principal y prácticamente único punto del día era recriminarme; la solución a mi problema que, afortunadamente, era fácil y rápida pasó a un segundo plano.

Desde luego, el mayor grado de culpa lo tienen quienes deben anticiparse a estas situaciones de colapso en las que se ha encontrado la secretaría. Tras cuatro de años de improvisaciones y desinformación con la aplicación de los nuevos planes de estudio, los responsables de mi facultad tampoco han sido capaces de adelantarse al hecho de que, este año, salíamos dos promociones de estudiantes: la de licenciatura y la de grado.

Y ya, para terminar, maldigo a los ordenadores y a quienes se acercan a ellos como seres divinos, intocables e incontestables. Parece mentira que, con el potencial que las nuevas tecnologías nos permiten, éstas sólo sirvan para limitar la efectividad de quienes las usan.

Es una lástima haber tenido que malgastar un artículo en Sevilla Actualidad para hablar de esto, pero no puedo evitarlo; en las últimas dos semanas no he tenido tiempo para ocuparme de otra cosa que no fuese papeleo. También lamento que este texto no tenga ni la mitad de bilis que en su momento pensé que tendría, pero a estas alturas no me queda otra que tomármelo con filosofía y, sobre todo, no enemistarme con nadie, pues todavía sigo teniendo que hacer colas.

Me quedo con la reflexión más simple que se puede hacer y que me ha martilleado la cabeza en cada fracaso burocrático: ¿y si a veces las cosas fueran tan fáciles como parecen?

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De madre sevillana y padre granadino, nació en Almería en 1991. En 2015 se tuvo que marchar a la Universidad de Groninga para poder estudiar la Sevilla moderna de verdad (la del siglo XVI). Es, además,...