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¿Vamos al cine?. A ver qué. Una peli holandesa, en versión original. ¿Subitulada? Paso, te hartas de leer y al final no te enteras de nada, prefiero ver la última de Elsa Pataky. Es la respuesta habitual que dan los no cinéfilos cuando se trata del cine menos convencional.

Ángel Espínola. Opinión. Sin embargo, el martes día 9 una marea de personas compraban palomitas de precio descomunal cuando el reloj del acomodador marcaban las 23:00 horas. Iban a pasar casi dos horas viendo a Ahmed hablar en kurdo con su abuela. Estaban en Sevilla, y no sabían que presenciarían la belleza del Giraldillo de Oro del Festival de Cine Europeo. Una obra de arte que marcaría sus vidas a largo plazo. Y todo, por tres euros.

Apenas ha durado una semana, pero la muestra cinematográfica sevillana se ha consolidado como uno de los mejores, si no el que más, eventos de la agenda cultural de la ciudad. Los cines de Nervión Plaza, sede principal del evento, se han mantenido hasta la bandera a cualquier hora, independientemente del film que se fuera a proyectar.

Se mezclaba  en la Avenida San Francisco Javier el aroma de las primeras castañas «calentitas» del año, con el tufillo a celuloide caliente que desprendían los cinematógrafos. El cine, valga el tópico, ha vuelto a hacer magia en una sociedad cada vez más esclava de las industrias de la Cultura.

Películas desconocidas, en idiomas imposibles, con doble subtitulación (en inglés y en español), documentales sobre vinos, cortos holandeses. Es impensable otro evento cultural de similar calado alternativo, que tenga tal  afluencia de público y presencia en los medios, que a ratos parezca un festival de rock.

Independientemente de la baja calidad cinematográfica de algunos de los films proyectados, personalidades de todo tipo se han paseado por la alfombra roja del Lope de Vega, para presentar sus obras correspondientes a las innumerables secciones del Festival. Siempre con una buena organización, que permitía a los más amantes de la cinematografía programar su agenda con antelación. A un nimio precio en comparación con el de una película comercial. Y todo complementado con conferencias y actividades paralelas en torno a este mundillo.

El cine ha sido patrimonio del sevillano durante poco más de una semana. La Cultura ha aparecido en mayúsculas en paradas de autobuses y carteles de carretera. Las pantallas se han convertido, por una semana al año, en elementos de concienciación, de belleza estética, portadoras de emociones que van más allá del entretenimiento. Esta semana, Sevilla ha rodado una película, donde el protagonista, el sevillano, ha amado, de forma efímera, la verdadera Cultura.

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