La pasada edición de la Feria de Abril en Cataluña de 2016/ Fecac Cataluña

Ya veíamos hace unos días que la sevillanísima Feria de Abril tiene en su origen apellidos más norteños de lo que se podría pensar, puesto que José María Ybarra y Narciso Bonaplata, los concejales que propusieron en pleno su recuperación, tenían procedencia vasca y catalana respectivamente. Quizá una señal profética de que, más de un siglo después, la emigración haría que los andaluces llevaran como parte de su cultura el Real y los farolillos a Cataluña.

Lejos de ser nuevo, la Feria de Abril en Cataluña es un evento con tradición propia, que viene organizándose desde hace ya 47 años desde que en los años setenta la zona recibiese más de 800.000 emigrantes dejasen su Andalucía natal en busca de una vida mejor al norte. Eran los años de carestía y pobreza para muchos que hicieron que se llegase a conocer a Cataluña como la ‘novena provincia andaluza’. Pero junto a sus maletas de cartón estas personas trajeron consigo una idiosincrasia cultural propia del sur cuyo rastro indeleble puede apreciarse hoy en la sociedad catalana actual, y en la que, como no podía ser de otra forma, estaba la Feria de Abril.

El evento de la Feria de Abril en Cataluña es organizado cada año por la Fecac, la Federación de Entidades Culturales Andaluzas en Cataluña, que también está detrás de otras celebraciones con acento catalán como la Romería del Rocío o el Día de Andalucía. Después de arrancar en una modesta primera edición de 1971 en Castelldefels, donde permanecería más de veinte años, el ‘Real catalán’ se movería a ubicaciones como Santa Coloma de Gramanet o la playa de la Nova Mar Bella, para terminar asentándose definitivamente en el Parc del Fòrum desde hace 14 años.

Cartel de la 47 edición de la Feria de Abril en Cataluña/ Fecac

Esta peculiar recreación de la Feria sevillana tiene sus propias características y tradiciones: dura 10 días, y no comienza con el ‘Alumbrao’ de la portada sino con el encendido del Pórtico, un esperado momento que congrega a multitud de personas (el del año pasado contó con la presencia del entonces presidente de la Generalitat, Carles Puigdemont, y el vicepresidente Oriol Junqueras). Las últimas ediciones han superado holgadamente el millón de visitantes, contando con una superficie de 87.000 metros cuadrados que tradicionalmente se divide en varios espacios temáticos, de los que el Real propiamente dicho abarcaba en la última edición 54.000 metros cuadrados con cerca de un centenar entre casetas y bares. No falta además la propia Calle del Infierno, que se extendió en 2017 a lo largo de 29.000 metros cuadrados en la Plataforma del Zoo Marino, con cien atracciones distintas.

Sevillanas y jazz en una Feria cosmopolita

El sevillano que deambule por la Feria en Barcelona encontrará una sensación extraña: la de estar en un lugar familiar y extraño al mismo tiempo. Si en Sevilla el recinto es de carácter público, en Cataluña el evento adquiere tintes de festival de música veraniego: cuenta con su propia seguridad privada y regulación de acceso (gratuito, con entrada libre a las casetas). Aquí la ortodoxia en lo referente a la vestimenta se relaja, y no abundan tanto los trajes de flamenca (‘de faralaes’, que se diría más allá de Despeñaperros), sino que existe una mayor variedad en cuanto a la indumentaria. Una variedad que se traslada a las mismas actividades organizadas en la Feria: la mayor novedad del año pasado fue la Casa de la Cultura: una enorme carpa para albergar actividades y talleres que no solo consistieron en las clásicas actuaciones de baile o actuaciones musicales, sino también exposiciones, presentaciones o monólogos. También los ritmos cambian, desde las imprescindibles sevillanas a unas esperables rumbas, pero también pop, jazz y hasta gospel. Son las diferencias y el sabor propio de una Feria que se mira en el espejo de sus orígenes andaluces pero tiene personalidad propia en Cataluña.