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La ONG sevillana School for refugees ha diseñado un programa con el respaldo de profesionales de la pedagogía y la psicología centrado en reforzar las capacidades de aprendizaje entre los niños y las de auto organización social entre los adultos. Se ha llevado a cabo en el campo de refugiados de Lagadikia gracias al trabajo de personas voluntarias.

Quizás, pocos han podido pararse a pensar que, tras años de guerra y huidas, los refugiados no sólo necesitaban sobrevivir, sino también volver a dar sentido a sus vidas. Por eso, la ONG sevillana School for refugees partió el pasado verano hacia el campo de refugiados de Lagadikia (Salónica, Grecia) con un  proyecto de talleres y actividades educativas en la maleta. El objetivo era devolver a los niños las habilidades necesarias para reintegrarse en la escuela después de tanto tiempo sin escolarizar debido a la guerra y a su situación como refugiados.

Pero su trabajo no se quedó ahí, y pronto se amplió a la realización de actividades de desarrollo comunitario, promocionando la creación de grupos de personas refugiadas. Así, consiguieron que gestionaran por sí mismas actividades para la comunidad del campo como un periódico, un grupo de teatro, la guardería del campo y un grupo de mujeres.

Y es que desde febrero de 2016, miles de personas refugiadas procedentes fundamentalmente de Siria y Afganistán que llegaron de paso hacia Europa central, se vieron bloqueadas en territorio griego. Desde entonces permaneció cerrada la frontera con Macedonia, las personas refugiadas continuaron llegando (sobre todo a través de las islas griegas), y ya son más de 55.000 las que se han quedado en este país.

Las condiciones de vida no son las adecuadas y es difícil de predecir cuánto se prolongará su estancia en Grecia, pero parece que permanecerán en este país durante meses o tal vez años. En este contexto, más de un tercio de los refugiados son menores de edad, esencialmente niños pequeños que escaparon con el resto de sus familias en busca de una vida mejor.

Aunque según la normativa internacional y europea, los menores refugiados tienen derecho a recibir una educación adecuada en escuelas apropiadas, esa obligación internacional no se está cumpliendo, de ahí que esta ONG, con voluntarios de España y Suecia (en su mayoría, sevillanos), tomara cartas en el asunto.

Tal y como nos cuentan algunas de ellas, “el objetivo era cambiar la vida del campo de forma que permanezca, que tuvieran una menor apatía y monotonía, que supusiera un soplo de aire fresco al vacío vital que experimentaban, así como mejorar sus habilidades sociales y las relaciones entre ellos”.

Un trabajo arduo y complejo

Desconocemos que la realidad de ser una persona refugiada tiene un fuerte impacto en las habilidades sociales de los niños y niñas. Durante meses no asisten a la escuela, perdiendo tiempo de escolarización. Huyen de sus ciudades y pueblos de origen, tienen que seguir a sus familias en un duro y peligroso viaje y llegar a campos donde pasan la mayor parte del tiempo jugando y deambulando al margen de cualquier autoridad.

Estas condiciones socavan, sin duda, su capacidad de aprendizaje, por lo que estos niños y niñas se encuentran bruscamente con dificultades para mantener la atención, trabajar adecuadamente y a menudo, incluso para permanecer sentados un determinado periodo de tiempo en un aula.

A eso hay que añadirle que, a menudo, algunos voluntarios empeoran inadvertidamente estos problemas, abusando de la distribución arbitraria de juguetes, organizando actividades sin objetivos claros ni perspectiva educativa o promoviendo juegos y espectáculos desorganizados que asientan los malos usos entre los niños. El resultado es que se incrementa la dependencia de los menores y se reduce su capacidad de trabajo en grupo y concentración.

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Por ello, este proyecto fue diseñado y planificado teniendo en cuenta a los menores de entre 5 y 14 años, los más difíciles de reintegrar en el modelo educativo.

Respecto a ellos, nos cuentan que “hay todo tipo de niños: desde violentos o con discapacidades hasta niños en estado de shock o con problemas de atención… Como están acostumbrados a los cambios, la comunicación con ellos es muy fluida. A pesar de todo lo que les ha ocurrido, no han perdido su alegría innata y su imaginación y gracias a estas actividades, empieza a primar la solidaridad, el compañerismo y el trabajo en grupo”.

Y de ahí se extendió a las mujeres, con las que resultaba necesario como en todo el mundo. Al principio fueron clases de inglés que poco a poco se convirtieron en excusa para tener un espacio donde reunirse y encontrarse, tomar el té, formar grupos de apoyo, hablar de cine… lo que acabó siendo un espacio propio de empoderamiento.

Desde School for refugees nos cuentan que “las mujeres son el grupo social más potente en todos los campos de refugiados. A menudo no están organizadas y tienen obstáculos culturales y sociales para hacerlo, pero cuando lo consiguen, los lazos de apoyo y solidaridad que se crean resultan vitales para la comunidad”.

Un proyecto autofinanciado

De los 18.000 refugiados que se comprometió a acoger España, solo hay 500, por lo que estas voluntarias se quejan de que “no se está cumpliendo la responsabilidad legal de las cuotas de acogida y se está saltando el acuerdo de Turquía, en el que consta el derecho al refugio. Además, la islamfobia en los medios de comunicación provoca que haya poca transparencia en cómo se están haciendo las cosas. Tienen mucho miedo del país que les va a tocar”.

Este proyecto se financió exclusivamente a través de las aportaciones individuales de particulares y el trabajo realizado recibió el reconocimiento expreso de las autoridades griegas.

“Lo material pierde importancia y lo peor es que pierden la dignidad porque no controlan su vida y no saben en manos de quiénes están. Los niños viven en su mundo, las mujeres tienen sus obligaciones y los hombres están perdidos. Tienen solo sesenta duchas y cuatro fuentes para mil personas. Lo único que pueden hacer es esperar sin sus derechos básicos.”