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Os voy a ser sincero: llevo bastantes días pensando en cómo iniciar la serie de artículos de opinión de esta temporada en este rincón de la red que me han ofrecido los compañeros de Sevilla Actualidad, y que tiene por nombre El Patio.

El problema no es que no tenga nada que decir, sino que casi todo lo que se me ha ocurrido tiene un cierto carácter pesimista, y no es así como quiero empezar la temporada. Por este motivo, hoy me gustaría hablaros de uno de los eventos que más ha afectado a nuestra tierra en los últimos ciento y pico de años, lo que algunos han llamado el Gran Escape.

Pero, ¿de qué había que escapar en, digamos, 1900? Especialmente en Andalucía, la vida del ciudadano típico y de su familia, que podía ser jornalero o pescador, estaba marcada por la más profunda miseria. Para que os hagáis una idea, la mayoría de los jornaleros vivían en una situación de incertidumbre durante toda su vida. Por un lado, su trabajo apenas valía nada y, por otro lado, solo estaban empleados durante cortos períodos de tiempo. Ya que en estas circunstancias era casi imposible ahorrar para los años de vacas flacas, cuando no trabajaban apenas si tenían para comer.

Además de lidiar con una pobreza espantosa, la mayoría de los trabajadores del campo no sabían leer ni escribir. Si viajáramos en el tiempo a la Andalucía de comienzos del siglo XX y preguntáramos por la calle de forma aleatoria a 100 andaluces si sabían leer y escribir, ¡sólo 30 personas nos habrían dicho que sí! Imagínense la impotencia y la frustración de toda esa gente que no podía realizar ningún tipo de actividad que requiriese leer o escribir lo más mínimo, y la gran dependencia que tenían de aquellos que nacieron en el seno de una familia con más recursos que pudiera permitirse educar a (algunos de) sus miembros, aunque solo fueran unos años.

Pero todo esto es, por suerte, cosa del pasado. Gracias a la mecanización del trabajo agrícola, en la Andalucía actual hace falta mucha menos mano de obra en el campo. Como consecuencia, miles de trabajadores que habrían acabado en el campo han sido empleados en otros sectores más productivos de la economía, como en el industrial o el de servicios (otros muchos han emigrado). Además, también hemos progresado mucho en materia de educación. Si parásemos a 100 andaluces por la calle y les hiciéramos la misma pregunta de antes, ¡96 personas nos dirían que saben leer y escribir!

Todos, sin excepción, vivimos una vida más segura y digna que hace apenas 100 años. Si Blas Infante levantara la cabeza, se asombraría al ver que la mayoría de jornaleros andaluces y sus familias ya no viven en un mundo que les asfixia a diario hasta consumirlos por completo. Tan grande y maravilloso ha sido el progreso, que apenas se puede expresar con palabras.

Tenemos que ser conscientes de cómo hemos escapado de aquel mundo de miseria, ya que, a veces, un exceso de atención en el día a día de la política o de la economía puede dar la sensación de que vamos a peor (a veces es cierto durante períodos cortos de tiempo), cuando en el largo plazo es claramente un error pensar de esta forma. Saber de dónde venimos es fundamental para entender el esfuerzo que nuestros bisabuelos, abuelos y padres hicieron para que tuviésemos una vida mejor. Ahora nos toca a nosotros, el futuro no está escrito y no hemos llegado hasta aquí para quedarnos de brazos cruzados. Andaluces, nos queda mucho camino por recorrer.

De padres gaditanos, nació en la Alemania dividida de 1987. Lo único que tiene claro es que la humildad y el olor de su tierra no se le han olvidado y que, a pesar de que cada región es especial en...