visglerio-11-04-17

Hace unos días, Michael Howard, ex líder conservador británico y ministro en los tiempos de Margaret Thatcher, lanzó una soflama asegurando que Teresa May, la actual primera ministra del “Royaume-Uni”, iría a la guerra en defensa de Gibraltar.

La bravuconada parece que viene a cuenta de que, en la carta del Gobierno de su Majestad Británica al Consejo Europeo para iniciar negociaciones para la salida de la Gran Bretaña de la Unión Europea, el tan cacareado “Brexit”, no aparece Gibraltar. Algo que en sectores políticos británicos y en la propia colonia se ha considerado un “enorme error estratégico”. Ya ha dejado claro la UE que ningún acuerdo bilateral podrá aplicarse en Gibraltar sin un acuerdo previo entre el Reino Unido y España. Vamos…, que a los “Llanitos” se les otorga indirectamente, por la misiva “errónea” de la conservadora May, el papel de habitantes de una colonia en disputa. No es de extrañar que Michel Howard haya saltado al ver a su partido con el culo al aire y que, a Picardo, ministro principal de los gibraltareños, se lo lleven los vientos del estrecho.

A muchos, aquí, en las redes, les ha faltado tiempo para amenazar al tal Howard con enviarle el portaviones Juan Carlos I y, a Fabián Picardo y a los gibraltareños, con levantarles una valla más alta que el Peñón, por no querer ser españoles; todo, en clave patriótica y guerrera. Yo me pregunto si alguien se ha parado a pensar, de qué han servido estas actitudes beligerantes para la resolución del conflicto gibraltareño. Después de trescientos años parece que no han servido para nada, salvo para acrecentar los anhelos de autodeterminación de los gibraltareños.

El problema, creo que no es ya, sólo, un problema de soberanía entre España y Gran Bretaña, el problema es más peliagudo porque afecta al ‘derecho de gentes’. Aunque solventáramos el asunto de la soberanía, no podríamos actuar como en otras épocas de la historia. Ya no podemos expulsar por decreto a personas enraizadas en nuestro territorio durante más de trescientos años, como hicieron los Reyes Católicos con el pueblo judío, o como hizo Felipe III con los moriscos.

A lo mejor si hubiésemos sido tan pragmáticos como lo fuimos en el caso del Principado de Andorra, otro gallo nos habría cantado. En Andorra, la jefatura del estado la ostentan, desde 1814, el Obispo de la Seo de Urgel y el Presidente de la República Francesa, y no han hecho falta muros ni verjas.

Y aunque su situación geoestratégica no es comparable, tal vez, si se hubiese aceptado hace años para Gibraltar un estatus parecido al de Andorra, que no es más que una soberanía compartida, la situación hoy sería diferente, no sólo para ellos sino para toda la comarca. Si simplemente se hubiese permitido a los ‘Llanitos’, hace sólo cien años, circular libremente por el Campo de Gibraltar, si se les hubiese permitido comerciar y relacionarse libremente con los habitantes de los pueblos vecinos, el ‘statu quo’ hoy sería diferente. Y, finalmente, si se hubiesen fomentado los lazos afectivos y sociales entre ambos lados de la verja, no sólo habrían mejorado las relaciones, sino que incluso se habrían materializado relaciones de parentesco, que con los años habrían dado por anacrónicos instrumentos como referendos, derechos de autodeterminación, apelaciones a la descolonización y, sobre todo, habrían vaciado de sentido las soflamas patrióticas del exministro Michael Howard, porque a lo mejor los “Llanitos” hoy se sentirían tan andaluces como muchos de nosotros y preferirían dejar de ser súbditos de la Pérfida Albión que, por cierto, era como llamaba Napoleón, despectivamente, al Reino Unido. 

Hijo de un médico rural y de una modista. Tan de pueblo como los cardos y los terrones. Me he pasado, como aparejador, media vida entre hormigones, ladrillos y escayolas ayudando a construir en la tierra...