Soy de los que piensan que esta tierra nuestra necesita una vanguardia de mujeres y hombres que hablen en su nombre. Andalucía no necesita voces que la canten y la adulen, ni voces que con bellas palabras alimenten su vanidad mientras, a escondidas, juegan con su destino.

Andalucía no precisa guardianes que la tutelen y condenen a una permanente minoría de edad política. Andalucía espera una vanguardia que la piense y la diseñe; que la rescate de sus rutinas y la libere de sus vicios.

En el “Ideal Andaluz” Blas Infante lo dejó escrito: “Andalucía necesita una dirección espiritual, una orientación política, un remedio económico, un plan cultural y una fuerza que apostole y salve”; pero esa fuerza no puede ser gregaria de otras ni mucho menos apostólica en sentido religioso; en ese “pecado” cayó finalmente, a mi entender, el último andalucismo militante: en orientar la acción política mediante fórmulas ajenas a la propia Andalucía, llevado por la urgencia de volver al juego parlamentario, cuando no a perseverar en ideas y discursos del propio Infante, a modo de doctrina, elevando su figura a la categoría de icono de culto con sus propias efemérides y su propia liturgia.

Anclarse en el discurso doctrinario es no entender ni siquiera al propio Blas Infante ya que para él: “Un pueblo no se improvisa. Es la estatua que más se tarda en modelar, la que más constancia y derroche de inspiración requiere”.

Andalucía no se redimirá a sí misma, después de treinta y cinco años de autonomía, y dejará de ser la última en casi todos los parámetros y estadísticas sociales y económicas, hasta que los andaluces no tomemos conciencia de “Pueblo Andaluz” y dejemos de apoyar a quienes usan sus instituciones como trampolín para gobernar en Madrid mientras nos educan y adoctrinan en la resignación.

El reto es urgente, pero para alcanzarlo no hacen falta urgencias ni improvisaciones ni discursos y métodos antiguos y mucho menos fórmulas copiadas y dictadas desde afuera. La vanguardia que tiene que esculpir la Andalucía del futuro, que tiene que pensarla, está en la universidad y en los movimientos sociales, pero no en aquellos movimientos anclados a las instituciones o acomodados a la sombra del poder o con aspiraciones a una poltrona como medio de vida.

Tiene que ser una vanguardia del mismo pueblo andaluz, tiene que hablar en andaluz y pensar en andaluz, pero para todos los andaluces, no para una minoría de andaluces; no para los que sueñan en una Andalucía de siglo XIX, o los que siguen anclados en una Andalucía de jornaleros que ya no existe, o los que se empeñan en reivindicar para Andalucía lo que los andaluces no quieren o los que aspiran a construir una España grande a costa de una Andalucía servil y adocenada.

La soberanía de un pueblo reside en sus hombres y mujeres, y la “dirección espiritual” de la que hablaba Blas Infante debe luchar por la soberanía a la que aspiran hoy los andaluces, no por la que anhelan una minoría casi testimonial alejada de la realidad. Andalucía será lo que quieran los andaluces y las andaluzas; a muchos, hoy, no nos gusta a lo que aspira el Pueblo Andaluz, pero si queremos que las cosas cambien necesitamos gente ilusionada y perseverante, que las hay, afortunadamente, para que sigan modelando el barro, pero, desde luego, si queremos un futuro distinto y mejor, tal vez, tengamos que seguir esperando a que un nuevo Blas Infante nos regale un nuevo “Ideal Andaluz”.

Hijo de un médico rural y de una modista. Tan de pueblo como los cardos y los terrones. Me he pasado, como aparejador, media vida entre hormigones, ladrillos y escayolas ayudando a construir en la tierra...