21-febrero-2017-manuel-visglerio

Ahora que se ha conocido la sentencia del caso Nóos, en la que el cuñado del rey ha sido condenado a seis años de prisión y su hermana a una multa de 265.000 euros, que no es exactamente una absolución, es cuando me he decidido a meterme en el charco de la controversia sobre la monarquía.

Yo no sé si la institución está muerta o habría que destruirla como dijo Ortega y Gasset, en 1930, con su famosa “Delenda est Monarchia” cuando se desmoronaba la Dictadura de Primo de Rivera apoyada por Alfonso XIII, pero desde luego está muy tocada del ala; sobre todo a raíz de los escándalos reales que han venido a suceder en plena crisis, precisamente cuando tenemos la piel tan sensible que a poco que nos arañen nos desangramos.

La cacería de elefantes del rey emérito hizo más en favor de la república que los cientos de banderas republicanas que los comunistas han venido enarbolando en todas las manifestaciones y actos públicos, sobre todo, desde que el ex-rey humilló al idolatrado líder bolivariano Hugo Chaves con el famoso “¿por qué no te callas?”.

Si lo del paquidermo no fue suficiente para hacer tambalear al rey emérito, las comisiones millonarias que su yerno y su hija se embolsaron de forma fraudulenta, gracias a los gobernantes del PP en las Islas Baleares, capitaneados por el chorizo de Jaume Matas, acabaron con la abdicación de Juan Carlos I.

Dicen que la envidia es el deporte nacional, pero creo que la avaricia le puede porque hay quienes teniéndolo todo, todo no les basta, siempre quieren más ¡No tenía bastante Urdangarin con pegar el braguetazo que todavía anhelaba más! Ante este panorama no es extraño que sean muchos los que invocan a Ortega y Gasset, sobre todo los que las están pasando canutas y llevan años haciendo malabarismos para llegar a fin de mes.

Después de tanto oprobio cabe preguntarse si la culpa de todo lo ocurrido es consustancial con la propia monarquía o es achacable al ciudadano Juan Carlos de Borbón y a algunos de sus parientes. Yo, que no creo en los silogismos categóricos en política y soy de los que piensan que no todos los políticos son unos corruptos, ni por supuesto todos los monarcas, me he planteado, como muchos de ustedes, si la forma de gobierno que tenemos es la mejor para todos.

A fuer de sincero, tengo que decir, ante el dilema monarquía o república, que yo me declaro accidentalista y por ello considero irrelevante la forma de gobierno de los países, incluido el nuestro, para que vivamos mejor o peor. Intelectualmente no soy monárquico porque no creo razonable que se hereden los títulos, pero sí defiendo que el pueblo pueda aceptar democráticamente una monarquía hereditaria que lo represente siempre que no tenga ningún poder más allá del de representación, ni más riqueza que aquella que los poderes del propio estado le asignen.

Una monarquía, en un país democrático, no tiene porqué ser símbolo de despilfarro y mucho menos paradigma de la corrupción que hoy vivimos, como tampoco la presidencia de una república es una garantía de honradez y pulcritud democrática. Los escándalos de los Borbones no van a acabar con el prestigio de las monarquías de países democráticos, como no van a descalificar el modelo republicano  los escándalos de los expresidentes Alejandro Toledo en Perú o Lula da Silva en Brasil. ¿Acaso se tambaleó la “Grandeur de la République Française” por el hecho de que el expresidente Jacques Chirac fuese condenado en 2011 a dos años de cárcel por malversación de fondos públicos?

Yo creo que a cada país se le puede aplicar la famosa expresión de Ortega “yo soy yo y mi circunstancia” y que en cada país su devenir histórico y su idiosincrasia han determinado unas fórmulas de gobierno determinadas aceptadas por la mayoría. Dicho lo cual, estoy seguro de que democracias asentadas como Gran Bretaña, Canadá, Australia, Suecia, Noruega, Dinamarca, Bélgica, Holanda o Japón, no deben su estatus al hecho de ser monarquías, como no se lo deben a la república estados como Francia, Alemania, Estados Unidos, Italia, Chile, Perú, Colombia o Ecuador y sí al hecho de ser democracias.

En definitiva, creo que es más importante la democracia y el estado de derecho que la forma de estado. En cualquier caso, para mí, el modelo de estado debe estar en manos de lo que decida la mayoría. Aquí, hace cuarenta años, democráticamente, tomamos una decisión que se empieza a cuestionar ahora; a lo mejor ha llegado el momento de preguntar de nuevo; supongo que se hará cuando haya un consenso para hacerlo. Cuando eso ocurra, unos se sorprenderán porque llegue la república y otros lo harán porque sigamos siendo una monarquía parlamentaria, a mí, personalmente, me seguirá dando igual porque seguiré siendo accidentalista. 

Hijo de un médico rural y de una modista. Tan de pueblo como los cardos y los terrones. Me he pasado, como aparejador, media vida entre hormigones, ladrillos y escayolas ayudando a construir en la tierra...