Hace unos días, Ricardo Lagos, quien fuera presidente de Chile, entre los años 2000 y 2006, se preguntaba en relación con las políticas de Trump: “¿cómo es posible que América Latina no haya dicho ‘todos somos mexicanos’? Lo de construir un muro y decir que lo va a pagar México es una ofensa a todos los latinoamericanos.”

Supongo que es posible por la misma razón por la que la última cumbre informal de jefes de Estado o de Gobierno europeos, celebrada en Malta, matizó las declaraciones de su presidente Donald Tusk en las que éste afirmaba que Trump era una amenaza para la Unión Europea.

Salvo Hollande, que se ha mostrado muy beligerante contra las políticas del norteamericano porque, como dice el dicho le faltan dos telediarios para marcharse, todos los demás han amagado pero ninguno ha levantado la voz más de la cuenta frente a las bravuconadas del amigo americano. Todos, como en el cuento, saben que el rey camina desnudo, pero nadie se atreve a decirlo porque nadie quiere perder el favor de su majestad.

La pregunta cándida de Ricardo Lagos, tiene una respuesta cándida: no ofende a los latinoamericanos quien quiere si no quien puede; por eso son pocos, entre los ofendidos, los que se muestran ofendidos; no sea que se moleste Titititrump y no los deje acudir al tablao, aunque solo sea de palmeros o de camareros. El miedo a perder una limosna es mucho mayor que el miedo a perder la dignidad, aunque también es cierto que la dignidad es una cualidad que no se puede permitir todo el mundo; ¿acaso es indigno el que se humilla ante un poderoso que lo menosprecia por mendigarle el pan para que sus hijos coman?

Yo, durante el tiempo que estuve como concejal en mi pueblo, conocí a muchos indignos, a los verdaderos indignos; eran los que para defender sus intereses personales te pedían que dieras la cara por ellos porque ellos tenían miedo a que se la partieran. “Denuncia a fulanito porque le ha dado una contrata a menganito por la cara”, me decían. Este tipo de gente, cuando les explicabas que la sola denuncia no tenía validez si ellos no acudían contigo como testigos, siempre te respondían muy dignos que ellos no podían enfrentarse con fulanito porque “no se podían señalar”, que tenía que hacerlo yo, que era el político, aunque no tuviera más prueba que la palabra indigna de aquel delator a quien sólo le preocupaba hacerse más rico con aquella contrata.

Ese miedo egoísta es el que en mayor o menor medida mueve muchos engranajes de nuestras sociedades; ¿acaso no es ese miedo a perder un estatus social el que ha hecho posible que los británicos voten a favor del Brexit? ¿Acaso no es el mismo miedo a perder el trabajo por la supuesta culpa de los inmigrantes lo que ha convertido en triunfador a Donald Trump? Quizás, para que dentro de poco no vuelva a ocurrir lo mismo en Francia, la cuna de la “Liberté, égalité, fraternité”, si llegara al poder Marine Le Pen, debamos dejar de lado los discursos del miedo y recuperar entre todos, la dignidad. Tal vez le iría mejor a Europa si todos, como propone Ricardo Lagos para México, gritamos aquí: ¡Vive la France! 

Hijo de un médico rural y de una modista. Tan de pueblo como los cardos y los terrones. Me he pasado, como aparejador, media vida entre hormigones, ladrillos y escayolas ayudando a construir en la tierra...