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Hace unos años, no muchos, se daba por cierto todo lo que se decía en los medios de información. Cuando en alguna reunión, alguien, en el fragor del cotilleo, anunciaba una noticia inverosímil y el resto dudaba de ella, el supuesto o la supuesta fantasiosa salvaba su fama de chismoso con una frase lapidaria: lo dicen en el periódico.

Es verdad que, por aquellos años, igual que ocurre ahora, las verdades subjetivas, como valorar quién ha ganado un debate del Estado de la Nación, dependían mucho de la línea editorial del medio; lo que nadie ponía en duda era la información de hechos concretos, como por ejemplo que el Director General de la Guardia Civil se hubiese fugado del país porque se lo había estado llevando calentito o que Rocío Jurado anunciara con cincuenta primaveras que se casaba con Ortega Cano. En esos casos, si alguien ponía en duda la información un “lo acaban de decir por la radio” bastaba para certificar la veracidad del hecho y no digamos si te decían que lo acababan de decir en la televisión.

El “lo acaban de decir en la televisión” era como si en la reunión, en plena discusión, entrará en la tienda o en el bar un notario y diera fe de que lo que Paco o Paca estaba diciendo era rotundamente cierto. Si lo decía la televisión era verdad y punto; aunque también es verdad que siempre estaba el Santo Tomás de turno que no se creía nada hasta que no lo veía en su propio televisor y con sus propios ojos. 

Esta confianza en dar por ciertas las noticias de la prensa, a pesar de los ‘santotomases’ de rigor, ha ido cayendo en desgracia en la nueva era de las redes sociales; cada vez se venden menos periódicos porque hemos ido cambiando en muy pocos años nuestras fuentes de información. Ya no esperamos a que los periódicos, la radio o la televisión nos informen de nada, ahora la credibilidad se la arrogamos a las redes sociales. Hoy en día algo es verdad si lo dice Facebook o Twitter o si un amigo lo ha compartido mediante el WhatsApp que ha sustituido al bar, a la tienda o la sala de espera del ambulatorio; lo que allí se dice es la verdad, aunque nadie la contraste.

Aprovechando este patio de vecinos planetario que son las redes, para nuestra desgracia, ha nacido la que llaman ‘Postverdad’, una técnica de información que transforma la opinión pública lanzando al ciberespacio un mar de mentiras que tienen como único fin engañarnos en beneficio de quienes las hacen circular.

Para defender la valla de Trump en la frontera mexicana hay quienes se inventan una valla en la frontera entre México y Guatemala, que en realidad no existe, para acusar de hipócritas a los mexicanos y llegan, incluso, a publicar en las redes fotografías de esa valla ficticia.

Para criticar las políticas sociales del gobierno de Rajoy, que de sobras hay motivos para hacerlo, hay quienes dan por cierta una noticia en la que una bebé muere, durante las últimas nevadas, en los brazos de su madre que dormía en la calle sin ninguna asistencia; aquella noticia circuló durante días por las redes y circularon, además, todo tipo de insultos a toda la clase política española sin que nadie se preocupara de abrir la noticia retuiteada miles de veces, y comprobara que los hechos no habían ocurrido en España si no en Gran Bretaña.

Esos son dos simples ejemplos de la ‘Postverdad’, pero hay otra práctica desinformativa a la que yo llamo la ‘Retroverdad’ que es igual de preocupante; consiste en recuperar noticias antiguas y colgarlas como ciertas y actuales para intereses inconfesables, generalmente políticos o empresariales. Hace unos días, sin ir más atrás en el tiempo, me he encontrado en las redes una información que da por segura la suspensión del espacio de Jordi Évole en la Sexta como represalia por un programa emitido en el que se desvelaban las malas prácticas de las compañías eléctricas. Fruto de la información en las redes se ha iniciado una campaña de apoyo al periodista y de insultos y menosprecios a la familia Lara, dueña de la cadena, por aliarse con la oligarquía.

Después de rular durante días, ahora resulta que la verdad que hoy nos dan por cierta, es una ‘retroverdad’ del año 2012 que a su vez era una ‘postverdad’ de algo incierto, hasta el punto de que el programa de Évole se ha estado emitiendo durante todos estos años a pesar de las eléctricas y de su injusto oligopolio.

Todo esto que os he contado creo que merece una moraleja, aunque soy poco partidario de decirle a nadie qué debe hacer. Como entusiasta seguidor de las redes sociales creo que debemos tener mucho cuidado en cómo las usamos y el crédito que le damos; son un arma y como decía mi abuela, “tened mucho cuidado porque las armas las carga el diablo” y cuando alguien les diga que la verdad es la verdad, la diga Agamenón o la diga su porquero, contesten con seguridad que en los tiempos que corren: ¡eso depende!

Hijo de un médico rural y de una modista. Tan de pueblo como los cardos y los terrones. Me he pasado, como aparejador, media vida entre hormigones, ladrillos y escayolas ayudando a construir en la tierra...