visglerio-4-oct-2016

El domingo se celebraron dos referendos; uno en Colombia para que el pueblo ratificara, o no, el acuerdo de paz alcanzado entre el presidente Santos y la guerrilla de las FARC, y otro, en Hungría, propiciado por el gobierno del euroescéptico Víktor Orbán, en el que se preguntaba al pueblo magiar si aceptaba o no las cuotas de refugiados asignada por la Unión Europea.

El resultado de ambos plebiscitos ha sorprendido a casi todo el mundo; en el primer caso porque el pueblo colombiano ha dicho no, aunque por un estrechísimo margen (50,21%), al acuerdo de paz, y en el segundo caso ha sorprendido por la baja participación (sólo ha votado el 43,3% del censo), que no ha permitido convalidar el resultado a favor de limitar el cupo de refugiados.

La primera paradoja de todo esto es el desapego de la gente hacia la política en el más amplio sentido de la palabra. Es incomprensible que en Colombia sólo hayan votado un 37,28% de los electores en un día que, para todos los analistas, era de una trascendencia histórica para acabar de una vez con guerra civil.

En el caso húngaro lo que a mí personalmente me sorprende, además, por supuesto, de la baja participación, es que el 98,3% de los votantes haya apoyado el desafío xenófobo de su presidente.

Antes de todo esto, convendría recordar que el pueblo suizo voto en referéndum a favor de limitar la llegada de refugiados o que el Reino Unido votó la salida de la Unión Europea, espoleado también por la xenofobia.

Cabría preguntarse que habríamos votado aquí si nos preguntaran por la cuestión de los refugiados o por la cuestión catalana. A lo mejor nos llevábamos una sorpresa y la mayoría le daba boleto a Cataluña o votaba a favor de cerrar a cal y canto las fronteras a la inmigración. Quién sabe si somos o no igual de previsibles o imprevisibles que el resto de los mortales.

No sé si formamos parte de una sociedad-masa, como diría Ortega y Gasset; pero creo que por ahí va el agua al molino. El hombre-masa es un producto de una época que se caracteriza según Ortega, por la estabilidad política, la seguridad económica, la comodidad y el orden público; el hombre-masa se siente vulgar, proclama su derecho a la vulgaridad y se niega a reconocer instancias superiores a él.

Simplificando mucho, para Ortega el hombre-masa, se comporta como un niño mimado al que sólo le preocupa su bienestar, al tiempo que es insolidario con ese bienestar; es el “niño mimado de la historia”; sólo reacciona ante el miedo a perder lo que considera exclusivo por derecho propio y se rebela contra la sociedad y las estructuras que, precisamente, lo sacaron de sus propias miserias.

Estamos, a lo que se ve por los últimos acontecimientos, en una época convulsa; nos encontramos sumidos en una nueva rebelión de las masas; la rebelión de unas masas insolidarias y egoístas. La salida a todo esto seguramente estará en manos, como diría Ortega, de una “minoría excelente”, no en sentido de clase, sino en el sentido social de la palabra; una minoría que no se conforma, que exige más para todos, “aunque no logren cumplir en su persona esas exigencias superiores”.

Hijo de un médico rural y de una modista. Tan de pueblo como los cardos y los terrones. Me he pasado, como aparejador, media vida entre hormigones, ladrillos y escayolas ayudando a construir en la tierra...