La Revolución Francesa, al grito de ‘Liberté, Égalité e Fratenité’, cambió el rumbo de la historia. Uno de sus frutos fundamentales fue ‘La Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano’ que ya estableció en su artículo primero que “los hombres nacen libres e iguales en derechos”.

Lo que quizás no todo el mundo sepa es que aquel grito revolucionario, en su origen, proclamaba la ‘Libertad, la Igualdad, la Fraternidad o la Muerte’. Maximilien de Robespierre se dedicó, durante ‘El Terror’, a aplicar sistemáticamente la proclama mediante el uso de la guillotina bajo el pretexto de defender la Revolución. El fanatismo de Robespierre en defensa de sus ideales llevó a la muerte a miles de inocentes so pretexto de ser enemigos del pueblo.

Hay un fanatismo, el religioso, que es seguramente más irracional que el fanatismo político porque quienes lo practican creen que obtendrán una recompensa que trasciende lo terrenal; en el caso de los yihadistas se trata, nada menos, de alcanzar el paraíso.

Esta sinrazón religiosa tiene una difícil vacuna y nuestra historia tiene claros ejemplos de ella desde que, en el siglo XV, la Inquisición se dedicaba a quemar herejes, hasta la Paz de Westfalia, a mediados del siglo XVII, que dio por terminada, por agotamiento, las guerras de religión entre la Europa Católica y la Protestante. Para abolir la Inquisición aquí tuvimos que esperar a la Constitución de Cádiz de 1812.

En mi última tribuna me maldecía yo de quienes practicaban la doble moral a la hora de lamentarse de los atentados que sufrimos en Europa y no hacerlo cuando los asesinatos se producían en un país musulmán a pesar de que las víctimas son tan inocentes en Bagdad como lo son en Niza.

El problema de la doble moral es el fruto, en parte, de desconocer nuestra propia historia y de buscar justificaciones desde el fanatismo político y religioso de los que hablábamos antes.

Que haya quien justifique la muerte de más de ochenta personas en Niza y culpe de los crímenes a la propia Europa o a los Estados Unidos por un odio ideológico y atávico al “imperio”, me ha parecido tan despreciable como intentar culpar a más de mil millones de personas por el simple hecho de haber nacido en un país de religión islámica. Estas personas, salvo los fanáticos y los instigadores, tienen la misma responsabilidad en los atentados que podamos tener usted y yo por los crímenes de la Inquisición.

La única diferencia entre nosotros y ellos es que les llevamos seiscientos veintidós años de ventaja, que son los que van desde el nacimiento de Cristo y la emigración de Mahoma a Medina; lo de los Robespierre actuales es otra historia.

Hijo de un médico rural y de una modista. Tan de pueblo como los cardos y los terrones. Me he pasado, como aparejador, media vida entre hormigones, ladrillos y escayolas ayudando a construir en la tierra...