manuel-visglerio-31-de-mayo-de-2016

Releyendo las “Meditaciones sobre la sociedad española” de Julián Marías, publicadas originalmente en 1966, lo primero que hoy se echa en falta, al leerlas, son intelectuales de su talla.

Nos sobran personajes y personajillos que se dedican a invadirlo todo de “agudo politicismo”; un politicismo simplificador que lleva años regodeándose en la desdicha de los ciudadanos que lo están pasando mal ante una crisis económica feroz y despiadada. Sobran estos personajes que se dedican a simplificarlo todo y a querernos convencer hasta para que reneguemos de nuestra reciente historia; personajes a los que de forma irresponsable la “intelectualidad” les está rindiendo tributo a costa de polarizar la vida pública hasta el hartazgo y elevando a la categoría de fenómeno social lo que hasta ahora no eran más que meras anécdotas políticas orilladas por la historia. Y es que, como decía Marías, “la falta de política ha llevado a una politización general de la vida que me parece sumamente peligrosa: hace falta que haya política; primero, porque es necesaria; segundo, para que entonces la mayoría de las cosas de la vida no sean políticas. Porque lo que ocurre es que cuando no hay política donde debe haberla, se derrama confusa e irresponsablemente por la sociedad y está en todas partes”.

Alguno dirá que Marías es antiguo o que su análisis político y sociológico está superado por la historia; habrá incluso quien, desde su parapeto, lo tilde de reaccionario porque tienes raíces impuras y otros, que cada vez van siendo más, dirán desde su búnker que es un fascista simplemente porque su análisis no cuadra con lo políticamente adecuado. Y es que desde que nos atrapó la crisis económica y la crisis intelectual la fe de los conversos está llegando a extremos delirantes.

Por no hablar de los fundamentalistas del inmovilismo que todo lo apuestan al largo plazo mientras pretenden hacernos ver que somos idiotas porque no vemos que todo está mucho mejor desde que ellos lo rompieron.

La historia es como un río que fluye y nosotros somos los pasajeros de un barco que navega inexorable sobre sus aguas. Desde hace unos años discurre revuelto porque una tormenta aguas arriba está a punto de hacerlo desbordar y, en la riada, hacer zozobrar el barco. En esta vorágine unos quieren remar hacia adelante huyendo de la crecida a riesgo de precipitarse en el abismo de una catarata y otros pretenden remar hacia atrás hasta alcanzar el sueño de llegar al manantial, cuando el río todavía no era ni siquiera un río, aunque para ello tengamos que volver a la tormenta.

Decía Heráclito que todo fluye y nada permanece y nos ponía el ejemplo del río en cuyas aguas no podemos bañarnos dos veces, porque cada vez el río es otro diferente. Yo creo humildemente, sin embargo, que hay momentos en la historia en los que entre todos podemos construir un dique y retener las aguas; dejar de remar cada uno por su cuenta y echar un ancla para detener la historia y comenzar de nuevo; aunque me temo que volverá a ocurrir lo de siempre, que la historia pasará, como tantas veces, por encima de nosotros porque, y esto era lo que más le inquietaba a Marías, “… en España todo el mundo se pregunta: ¿Qué va a pasar? Y casi nadie se hace esta otra pregunta: ¿Qué vamos a hacer?”. 

Hijo de un médico rural y de una modista. Tan de pueblo como los cardos y los terrones. Me he pasado, como aparejador, media vida entre hormigones, ladrillos y escayolas ayudando a construir en la tierra...