manuel visglerio 190416

Dice el refranero que cada uno cuenta la feria según le va en ella y, ahora que la de Sevilla ha terminado, supongo que cada cual, en función de cómo le ha ido, hablará de ella de distinta manera.

A la mayoría, a aquellos que sólo se plantean la fiesta como una ocasión para pasar unos días de diversión con los amigos, comiendo, bebiendo y perpetrando alguna que otra sevillana, seguro que le habrá ido bien. Los muy feriantes y los muy “jartibles” habrán empezado a contar ya los días que faltan para la feria del año que viene, algo fácil de calcular pues sólo basta con quitar hojas al calendario.

Hay, sin embargo, otra feria, que es la feria electoral, que sabemos cuándo empezó pero que no, para nuestra desgracia, cuándo va a acabar. Esta otra feria está demostrando tener casi todo lo que tienen todas las ferias, algo que no le falta, desde luego, es su punto de vanidad y de “postureo”. En esta “Vanity Fair” es importantísimo dejarse ver, vestir las mejores galas y aparentar; sobre todo aparentar, aparentar mucho, porque en esto de la política siempre se cumplirá la sentencia de Maquiavelo: “pocos ven lo que somos, pero todos ven lo que aparentamos”.

La feria electoral, por tener tiene hasta su “calle del infierno”, una calle con pocas atracciones atractivas porque casi todas ellas son tiovivos de distintos colores donde los caballos de cartón-piedra no paran de dar vueltas para no ir a ningún parte; una calle donde las tómbolas no venden papeletas porque la gente ya está cansada de que siempre toquen “perritos pilotos” y muñecas “chochonas”; una calle del infierno donde los charlatanes de feria subastan y pregonan sus figuras de escayola como si fueran de porcelana fina y si los incautos no las compran por veinte euros, las venden por diez y si no las “regalan”, por cinco o por lo que quiera el personal.

Una calle del infierno que por tener tiene hasta su circo, un circo con cuatro carpas y el anuncio de una sucesión continua de actuaciones divertidas y espectaculares. Pero realmente lo que ofrece son funambulistas dando saltos mortales sobre un cable a una cuarta del suelo a cambio de un puñado de votos, malabaristas haciendo equilibrios imposibles con la derecha y con la izquierda, domadores arriesgando sus vidas entre las fauces de unos leones desdentados o patéticos payasos provocando más lágrimas que risas. Y para colmo de males los enanos están dejando de serlo porque les está atacando un virus panameño que no les hace crecer la nariz cuando mienten, como a Pinocho, sino que los está haciendo crecer de cuerpo entero.

Con este panorama, no es extraño que la gente esté dejando de acudir al mayor espectáculo del mundo, ni sorprende que el dueño del circo electoral esté clamando por las calles por una copita de manzanilla, porque como dicen las sevillanas: “El vino, qué tiene el vino, que alegra las penas mías”.

Hijo de un médico rural y de una modista. Tan de pueblo como los cardos y los terrones. Me he pasado, como aparejador, media vida entre hormigones, ladrillos y escayolas ayudando a construir en la tierra...