manuel-visglerio-12-abril-2016

El desprecio de la política es algo que, en estos tiempos que corren, está muy en boga. Es habitual leer en las redes sociales, u oír en el trabajo o en la reunión de amigos, comentarios negativos sobre la política y los políticos.

Esta práctica no es nueva; yo llevo años escuchando generalizaciones, que siempre me habían parecido injustas, en las que se acusaba a los políticos de ser todos iguales y de hacer todos lo mismo cuando llegaran al poder: robar, enchufar o malversar. Este tipo de acusaciones se utilizaban entonces, en las lides políticas, para justificar y defender a los propios cuando eran “cazados” en alguna tropelía; se usaba por lo bajini como un arma electoral. ¿Quién no ha oído alguna vez la expresión ‘para qué vas a votar a otro partido si el que llegue va a hacer lo mismo’?

Con esta práctica y estas justificaciones hemos convivido durante décadas hasta que la cosa se nos ha ido de la manos. Ya lo dice la Biblia: ‘el que en lo muy poco es injusto, también en lo más es injusto’; justificamos con nuestros votos las pequeñas corruptelas y al final hemos acabado tragándonos las más grandes, algo preocupante porque como decía Cicerón: ‘la corrupción de los mejores es la peor (corruptio optimi péssima est)’, y aquí parece que no escarmentamos porque en lugar de castigar a los propios, por muy altos que sean, seguimos aplaudiendo la táctica del ventilador y al final terminará cumpliéndose el dicho de que cada pueblo tiene el gobierno que se merece; en nuestro caso ninguno.

Yo no sé qué clase de regeneración necesita nuestra democracia, ni sé de manos de quién podrá llegar, si de un gran pacto de estado o de una revolución social incruenta; lo que sí tengo claro es que se tiene que producir por el bien de todos. Y desde luego, lo que ya no vale es buscar guías espirituales y salvadores fuera de la política; está claro que todo el mundo tiene derecho a opinar y a decidir, pero cuando yo me tenga que operar, que espero que no sea nunca, quiero que me opere un cirujano y no un arquitecto o un taxista, ni tampoco un cantante, un actor, un director de cine o un escritor, a los que algunos tienen equiparados, quizás llevados por la pasión o la desesperanza,  con un oráculo; gurús de conciencias ajenas a las que, entre novela y novela, fotograma y fotograma, llevan años dando lecciones de ética política, proclamando sus públicas virtudes mientras escondían sus vicios privados.

Si para algo están sirviendo los papeles de Panamá es para confirmarnos sobre algo que ya sabíamos: que vivimos en una sociedad enferma y que esta enfermedad es una pandemia que cada día se anuncia en un país diferente y afecta a gobernantes de países diversos con gobiernos variopintos y a personajes carismáticos a los que no les basta con ganar demasiado. Lo más grave de todo esto no es que se haya desvelado que hay muchos ricos que están evadiendo dinero a paraísos fiscales, algo que ya presumíamos, sino que algunos personajes del mundo de la cultura pertenecientes a un supuesto reducto moral del país, de los que antes hablábamos, están demostrando ser tan chorizos como otros muchos.

Cuando acabe esta historia creo que quedarán tres caminos; uno será gritar ¡vivan las cadenas!, y hacer lo que proclamaba un eslogan en el mayo del 68: ‘un millón de moscas no puede equivocarse; coma usted mierda’; otro será dejarse llevar por la inacción y practicar la ataraxia de Concha Velasco, a la que oí decir hace unos días que ‘de política no hablo…, ya sólo veo Teletienda’.

El último camino, y creo que es el camino más deseable, será dar una nueva oportunidad a la política, pero con responsabilidad de ciudadanos y participando de forma consecuente. Siempre me gusto el consejo del Juan de Mairena, de Machado, a sus alumnos: ‘vosotros debéis hacer política, aunque otra cosa os digan los que pretenden hacerla sin vosotros y, naturalmente, contra vosotros’. Y yo añado: ‘y con vuestra complicidad’. 

Hijo de un médico rural y de una modista. Tan de pueblo como los cardos y los terrones. Me he pasado, como aparejador, media vida entre hormigones, ladrillos y escayolas ayudando a construir en la tierra...