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Sevilla a veces parece el pueblo más pueblo, a veces parece Nueva York y otras veces, demasiadas veces, una ciudad medieval. Será por eso que su ciudadanía también es así, un poco desquiciada en el hecho ecléctico de pervivir con tantas identidades que pugnan por sobreponerse entre ellas.

Este remoto rincón de la Tierra comienza a repoblarse y despoblarse a partes iguales. Regresan quienes disfrutaban del exilio vacacional y comienzan a partir quienes tienen que buscarse y ganarse la vida en otros lares

Los reencuentros y desencuentros en estas fechas son confusos, pues el verano cambia a la gente, incluso la rejuvenece. La informalidad a Sevilla le sienta bien, a veces creo que mejor que esa pinta estirada que se empeña en lucir, que nos contagia a su descendencia y nos obliga a parecer idiotas.

El turismo se invisibiliza en una sociedad que se precia de conocerse y saludarse, cuando no ejercita el noble arte de hacerse la loca o el loco para evitar la conversación o el aprecio fingido.

Las conversaciones de «ponerse al día» son una sucesión de historias hiladas en que siempre acabas conociendo a alguien o sorprendiéndote de cómo Dios los cría y el viento los amontona…

La modernidad, que en Sevilla no es líquida sino gaseosa, se impone de manera contagiosa, sin que eso sea bueno o malo, sólo un hecho que a veces viene servido en pizarra.

Pero aún quedan rincones para cerveza y montaditos; igual que terrazas para tomar copas a precios no tan módicos disfrutando de la línea del cielo, por traducir que no quede.

Como el calor da tregua, también hay veladores para almorzar, para desgranar la vida, el verano y la amistad. Sevilla propicia la calma a una rutina que vuelve sin haber existido jamás, aunque la hayamos echado de menos.

Y ese extraño estado de cosas, sin madrugones ni prisas por coger el autobús, con el reposo callado de lamerse las heridas en algún rincón adoquinado, es el que hace que una llegue a pensar que la vida, la de verdad es esto: pensar, reír, llorar y compartir tiempo con tu gente.

Luego, los días feroces que están por venir, pegarán el revolcón a esta idea pueril, demostrando que la vida es celeridad, incomprensión, maldad, hipocresía…  Pero por un momento breve y dulce en que nada parece definido por puro desdibujado, gusta pensar que sí, que la vida es sólo eso, o que al menos, debería serlo.

Técnica Superior en Integración Social, Graduada en Trabajo Social, Especialista Universitaria en Mediación, Máster Oficial en Género e Igualdad. Actualmente Doctoranda en CC. Sociales; investigadora...