mercedes-serrarto-15-05-17

En un tiempo en que las administraciones abogan por la transparencia, la eficacia, incluso la gobernanza local, es fácil darse cuenta como aquí se repiten los discursos como loros, sin tener ni puñetera idea de qué significan realmente estas cosas.

Si usted trata de hacer una reclamación al consistorio sevillano de algo a nivel general, destinado a toda la población y por el bien común, recibirá una respuesta y tramitación individual, como si su gatito se hubiera subido a un árbol y fuera un problemilla suyo.

Lo universal no cotiza al alza en un momento en que la ciudad se concentra en atraer a las masas cual excremento de caballo con las moscas en medio de la calle Juan Belmonte un martes de Feria.

Las personas con discapacidad no proporcionarán jamás al consistorio una caseta para llenarla de guiris, y por eso a Juan Carlos Cabrera no le van a interesar, porque los intereses socioeconómicos que le competen son más económicos que socio…

Una, con el tiempo y las frustraciones, acaba por entender lo que implica eso de vivir en “la ciudad más bonita del mundo”. Es ese escaparate que debe agradar al turismo, que invierte en turismo y que se enfoca al turismo; y ojo, no a cualquier tipo, al turismo que deja dinero, a ver si vamos a ser gilipollas ahora.

Todo lo que no sea eso, es periférico, accesorio, prescindible y hasta molesto.

Muy cerca del Arco, y cuando digo eso ya saben qué declaración de intenciones formulo, hay una amplia avenida con nombre de hijo ilegítimo noble que llegó a santo y compartía feligresía con quien suscribe.

En la Avenida San Juan de Ribera hay un complejo hospitalario público y universitario, un hotel de alto flujo de clientela, clientela de todo tipo, la sede central de los Servicios Sociales de la ciudad y la Delegación de Igualdad, y para remate, el Parlamento Andaluz. Todo esto, aderezado con un aparcamiento público, tráfico abundante y sus correspondientes paradas de autobús, de vehículos colectivos tanto urbanos como metropolitanos. Pocas calles de cualquier ciudad andaluza aglutinarán tantos servicios públicos en tan pocos metros cuadrados, y en ese espacio, que recibe a diario a tanta gente de tantos tipos, no hay un solo semáforo sonoro, amén de varias barreras arquitectónicas  y bastantes ciclistas que andan por las aceras como vacas sin cencerro.

En esos metros, que tan poco preocupan a don Juan Carlos, se produjo la protesta vecinal por el ensayo de Centuria, cuestión que quitó el sueño al delegado y propició una reforma de la ordenanza municipal modo Express, apelando casi a motivos sentimentales con justificaciones tan cívicas y argumentadas como que él era macareno.

Esta cuestión me demostró que Cabrera sabe por donde queda la Avenida San Juan de Ribera, pero la accesibilidad universal es como una obra de arte; cuando te la encuentras de cara, cada cual puede ver una cosa.

Quizás por eso, en la Ronda Histórica o en la calle Resolana, sí proliferan semáforos de este tipo: la desigualdad es así, puede variar en función de una calle.

Cabrera es macareno, tenemos un concejal profundamente cofrade, pero lamentablemente, no tiene ninguna discapacidad, al menos reconocida, y eso genera un elemento de peso específico. Claro que él no tiene la culpa de ello, ni tampoco supondría un cambio cualitativo per se en las políticas de accesibilidad.

Ya el gobierno municipal anterior demostró que nada garantiza nada, y que tener un miembro con lo que ahora se denomina diversidad funcional puede servir sólo para que Zoido se haga una foto empujando una silla de ruedas; todo corazón y compasión el ministro, y que bien viene una cosa así tan visible para retratarse.

Clara Isabel Macías, responsable de este barrio y estas calles, tampoco parece saber mucho más del asunto; no está la cosa para entretenerse en minorías.

Cabrera sabe que su responsabilidad, entre otras, es la movilidad, pero imagino que la entiende como en política tradicional se entienden estas cosas; movilidad de personas con todas sus capacidades en orden, preferentemente sobre ruedas y motores.

La universalidad de derechos se cree que es algo inmenso, tan grande que no corresponde a los ayuntamientos, más bien a los parlamentos en que se hablan cuatro lenguas o así…

Y ese es el fallo de un gobierno local de postureo y fiestas mayores, medianas y menores; que sólo se piensa en un sector de la ciudadanía mientras se cabrea profundamente a otros; como si se desconociera la palabra “universal”, como si ni se supiera como se escribe.

Ahora el caballo de batalla de esta semana será el Rocío de la Macarena, controlar sus saraos, y nuevamente, el amigo Juan Carlos tendrá que demostrar que es macareno, folclórico y cofrade como el que más…

Y mientras, cerca de la calle Parras, seguirá la vida como si los derechos universales y la movilidad fueran cosa de otros mundos, otras ciudades, que no son las más bonitas del mundo, pero en las que tal vez, se viva con más plenitud.

Técnica Superior en Integración Social, Graduada en Trabajo Social, Especialista Universitaria en Mediación, Máster Oficial en Género e Igualdad. Actualmente Doctoranda en CC. Sociales; investigadora...