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Hay semanas en que tu vida personal eclipsa por completo cualquier noticia de actualidad en relación con la vida pública. Quien escribe opinión, no sólo opina de lo ajeno; en realidad su principal ocupación es opinar constantemente de lo propio.

Sabina suena en el metro de Madrid, en una década hostil en que el cantautor suena menos sabinero que nunca. Si es un icono que se replica con actores, poco nos queda ya para soñar con la originalidad que germina en los márgenes.

Susana Díaz anuncia que anunciará el anuncio que todo el mundo sabe ya, dejando un poso añejo con aquél axioma periodístico de: «Como ya adelantó LA SER».

En el aniversario del trágico 11M es esa emisora la que me devuelve sonoramente a la mañana en que ante el espejo del baño intentaba domar mi melena rizada para ir a un instituto que no me gustaba. Iñaki ya no me acompaña en el aseo matinal, y recordarlo a él y recordar eso acrecienta la pena de la orfandad nostálgica de un tiempo que fue pasado, aunque dudo que fuera mejor.

Un amigo de ese tiempo retorna a mi vida a través de un farragoso contacto por redes sociales que se resiste a usar. Para hacerle un favor, debo rescatar fotos del tiempo ya no del 11M sino incluso, del 11S.

La caja de Pandora no liberó tanto en su día como mis cajas de fotos. Tiempos pasados, sí, lo mantengo, no sé si eran mejores, sobre todo al encontrar una foto del Duque de Palma, cuando aún llevaba a gala ese título, rodeado de escoltas inaugurando no recuerdo qué cosa en La Cartuja. Una excursión escolar me colocó allí, y me pareció adecuado inmortalizarlo, no por mi respeto a la Casa Real, sino porque el joven duque estaba de muy buen ver.

Pero en esas cajas no todo es monarquía, gracias a los dioses. También hay uniformes de colegio con conciertos en equilibrio, viajes a Aragón, el paso a la mayoría de edad, recuerdos de una casa que ya no piso y algunos momentos congelados de cuando las imágenes se sostenían en la mano.

La vida no cambia, cambiamos las personas, y a veces ni eso, o a veces demasiado.

En la calle hay azahar, calor, viento que amenaza con frío y un rascacielos que aún se siente extraño en la ciudad que acabará por adoptarlo, como hizo con todos los hijos arquitectónicos de los que renegó.

Un espacio expositivo es un remanso de calma para quienes gozamos de la pausa de lo contemporáneo en un mundo empeñado en no conceder respiros, aunque no por eso las administraciones funcionen más rápido.

Es extraño departir con tantas amistades que han abandonado la situación de desempleo. Es curioso pensar si la vida acabará empujándonos a otra vida con la que ya ni contábamos.

Las buenas noticias son como un trastero que se organiza, encuentras lo que no esperabas, menos una victoria del Betis en la capital; aunque aquello, por unos inciertos minutos, pareciera incluso alcanzable.

Las fotos ahora se pasan con el dedo, y ni por la imaginación se asoma la idea de retratar a un noble. Las lenguas agoreras hablan de azahar mojado y desconsuelo en el alma. Sabina ya no suena en las cabezas de quienes recorren Tirso de Molina, Sol, Gran Vía, Tribunal… Ahora se le oye en estéreo con letras que no le pertenecen ni a él ni a su público más fiel.

La vida tal vez sí cambia, pero hay semanas en que eso, por bueno que parezca, es complicado de asimilar, igual que un artículo de opinión que no opina de nada en concreto.

Técnica Superior en Integración Social, Graduada en Trabajo Social, Especialista Universitaria en Mediación, Máster Oficial en Género e Igualdad. Actualmente Doctoranda en CC. Sociales; investigadora...