Los anuncios de refrescos y compañías de seguros nos han repetido hasta la saciedad que el ser humano es fascinante, una criatura maravillosa, capaz de las mejores cosas y a veces, con el añadido de que quiere pasarlo bien en todo momento.

El ser humano según el día, me parece un galimatías irresoluble, lo cual, aunque no lo quiera, me desespera hasta el extremo.

Quizás mi profesión, la de verdad, no las que la gente me imagina o atribuye (me colocan muchas profesiones inventadas) tiene mal puesto el nombre: Trabajo Social.

Cuando reflexionas sobre lo que te han enseñado en la carrera, y lo que es más serio, sobre lo que deberían haberte enseñado; empiezas a darte cuenta que te han formado, casi adiestrado, para conocer a la persona.

Nuestro trabajo es social, claro, la sociedad, con sus gentes, sus colectivos, sus administraciones y sus estructuras están ahí, pero al final, siempre terminas en la unidad mínima, la persona, el ser fascinante que disfruta cada segundo porque bebe algo con burbujas, ya saben.

Las personas pueden hablarte durante horas de chorradas para evitar que abordes temas serios o importantes de los que no quieren hablar. Hay gente plenamente convencida de que lo que no se nombra no existe, aunque les carcoma por dentro. Hay quien incluso admite abiertamente que no quiere hablar de sí, pues es casi una incomodidad.

He pasado horas en la facultad haciendo ejercicios de escucha activa, he recibido clases cuasi místicas de lo que transmite un silencio, incluso he conocido a quien quiere hacer de ello materia de tesis doctoral…

He recibido instrucción de cómo entrevistar, casi interrogar. He escuchado a profesores decirme que pregunto demasiado, y a profesoras decirme que pregunto excepcionalmente bien. Una vez me acusaron de no saber manejar el silencio, ese brillante mito, y muchas veces he sentido que querían convertirme en una especie de espía o detective.

Han logrado que no eleve nada a definitivo, que cuestione cualquier cosa que me cuenten, pero que no la juzgue. Debo pensar que hay mil versiones para cualquier cosa, como un efecto Rashomon inagotable y a la vez agotador.

En cierta ocasión, un amigo me dijo que yo había elegido esta profesión para poder legalizar mi situación, pues todo el mundo me contaba sus cosas y al menos con esto, le daba un matiz técnico al asunto.

Pero no todo el mundo quiere que le ayudes, y eso también es complicado de controlar.

El ser humano, el que protege a su familia con la mejor cobertura sanitaria, te dice una cosa para hacer otra, jura que no le pasa nada cuando es evidente que no es así, y cuando quiere hablarte de algo, puede hacerlo sin que le importe un ápice como estés, mientras puedas escuchar.

Indudablemente, he estudiado del derecho y del revés otros indicadores importantes. Lenguaje gestual y corporal, quinesia, el empleo de las distancias sociales o proxemia, y la disposición ante situaciones diversas. Por supuesto, he sido sometida también a estos juicios, a compañeros que se desesperan por como muevo las manos al hablar, o como me atuso el pelo… Llegaron a interpretar que me protegía del mundo mientras escuchaba a una compañera, sin pensar que era la postura de una chica helada de frío…

Hay muchas variables que afectan al discurso y al comportamiento de una persona, hay muchas circunstancias que pueden colocarte en inexplicables situaciones, pero en ninguna asignatura te enseñan a que asumas eso, a que entiendas que no tendrás respuestas, que te equivocarás en tus valoraciones y que te darán gato por liebre.

Nadie piensa en que hay que prepararse para que la gente no reaccione como tu esperas o desearías. En ningún manual hablan de cómo actuar cuando no te responden, y como no enfadarte cuando te apabullan con cuestiones que de pronto, se vuelven importantes como para no dejarte respirar con ellas.

Quien un día no quiere hablar contigo, al siguiente no descansará hasta que te haya contado su infalible versión y por supuesto, necesitará una explicación, o que le des la razón en todo.

Las personas hacemos todo esto, somos arrolladoras y esquivas, según se tercie, nos encerramos o abrimos sin corresponder siempre con determinados factores, e incluso, como afirmaba el televisivo doctor House, mentimos.

También tenemos ego, complejos varios y variados, inseguridades y un puñado de experiencias que nos hacen actuar de forma contradictoria.

Estoy dedicando muchos años de mi vida a estudiar a las personas, y creo que cada día las entiendo menos, y eso, a nivel personal es frustrante, pero a nivel profesional puede ser desastroso.

No suelo hablar con colegas de profesión de este asunto tan concreto; tal vez no todo el mundo se toma tan a pecho como yo estas cuestiones, aunque sí he detectado alguna vez en conversaciones, esa decepción autoinfrigida por no entender del todo al resto de la humanidad. También hay mortificación por no poder ayudar, y cierto enfado con quien no tiene una reciprocidad comunicativa.

El ser humano es demasiado complejo para limitarse a beber cosas enlatadas, y digan lo que digan los manuales, en determinado momento, nada consigue que entiendas a tus semejantes

Técnica Superior en Integración Social, Graduada en Trabajo Social, Especialista Universitaria en Mediación, Máster Oficial en Género e Igualdad. Actualmente Doctoranda en CC. Sociales; investigadora...