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Por más que a cierto sector del planeta le sorprendiera la elección de Trump, es un hecho, uno consumado.

Él y su flequillo ya están en la Casa Blanca, y desde allí, disfrutará de un poder que tal vez sea peligroso en sus manos, pero que, no debemos olvidarlo, el electorado le ha otorgado.

Tras una encarnizada campaña, llegó un resultado que sorprendió a demasiada gente. Por supuesto, no hay que negar que ciertas estadísticas, optimistas en cuanto a la victoria del partido Demócrata, habían hecho pensar que lo de este señor quedaría en la anécdota. Era como si en unos años pudiéramos reírnos con comentarios del tipo: «¿Te acuerdas cuando el millonario excéntrico quiso ser presidente y casi lo consigue?».

Pero en casos así, es recomendable la cautela, y tener a mano alguna sentencia como la de George Bernard Shaw, que venía a decir: «La estadística es una ciencia que demuestra que si mi vecino tiene dos coches y yo ninguno, los dos tenemos uno».

Porque, si yo no tengo ningún coche ¿puedo asumir que la gente a la que se le pregunta por su intención de voto es representativa?

Evidentemente, hay unas fórmulas matemáticas que empíricamente aseguran que determinada cantidad de personas pueden ser representativas de cantidades mayores. Lo que los números no pueden garantizarnos es que esa gente luego vaya a votar, o que mientan a quien les encuesta, o que cambien de idea a la hora de ir a su centro electoral… Todas estas variables, la estadística las suma en el margen de error, cuestión que a veces pasa desapercibida a la hora de expresar estas aproximaciones en los medios de comunicación, pero que encierran ese cúmulo de dudas que debemos tener en cuenta a la hora de leer cualquier sondeo.

En el caso Trump hemos pecado con los sesgos. En una visión estereotipada de un país demasiado grande y con demasiados contrastes, se creyó que era representativo el voto del intelectual neoyorkino de turno, o de la culta profesora universitaria de Boston, cuando realmente este señor, en su mayoría ha ganado con el voto rural o de clase obrera que lo veía en la televisión constantemente, no durante la campaña, sino en años atrás. Lo vieron ganar dinero, construir un imperio, tener su propio programa de televisión donde, además de instruir a un grupo de jóvenes con sueños empresariales, convertía en doctrina su exitosa forma de vida.

Esa fue su campaña, llevada a cabo durante años, calando en personas que admiraban que alguien se hiciera rico, se casara con una modelo sexy… Si este señor había conseguido casi todo lo que se había propuesto ¿por qué no iba a conseguir la presidencia de los Estados Unidos de América?

Pero hay otro factor que aumenta esa extrañeza con la que en ciertos ámbitos, se percibe la elección del ya presidente. El contraste de su antecesor, no facilita la comprensión del fenómeno. ¿Cómo se ha podido pasar del incipiente progresismo de Obama a un hombre que quiere devolver al país a los valores de Reagan?

Aquí se disparan las teorías. En parte, puede que la más certera sea esa de que Clinton no garantizaba seguir una senda que había comenzado hace ocho años, lo cual ha generado inmovilismo en personas que no veían en ella el reflejo de lo que habían votado anteriormente.

Y esto se combina con el hecho de que Trump ha despertado pasiones entre gente que tal vez, no votaba desde hace tiempo… Ha logrado sacar de la mecedora del porche a esa gente, y eso, nos guste más o menos, tiene su mérito.

Tras los fastos de la toma de posesión y las manifestaciones, las noticias ahora se encaminan a todos los elementos de la web de la Casa Blanca que han desaparecido, y hasta Susana Díaz ha mostrado su indignación con la retirada de la versión española de la misma…

El show acaba de empezar. En este rincón del mundo seguiremos con nuestras cosas; nuestro frío, nuestro querido Bárcenas y sus extras, nuestras compañías eléctricas vampíricas y nuestros bancos parásitos. Tenemos una resma de problemas como para no preocuparnos de lo que pasa por la Avenida Pensilvania… Pero tristemente, el mundo no funciona así, y al final, lo que pase allí, tendrá su eco aquí.

La ciencia estadística debería calcular a cuantas personas del planeta Tierra afecta un voto de un sexagenario de Kansas. Probablemente esos resultados, estarían más ajustaditos.

Técnica Superior en Integración Social, Graduada en Trabajo Social, Especialista Universitaria en Mediación, Máster Oficial en Género e Igualdad. Actualmente Doctoranda en CC. Sociales; investigadora...