mercedes-serrato-1-agosto-2016

La primera vez que me llamaron «Feminazi» fue en este espacio, y visto con perspectiva, fue un bautizo honorable, pues la imprecación venía del colectivo de machistas más célebre (o al menos uno de los más) que tiene esta ciudad, e incluso este país.

Llegaba nuestro turno; mi clase de máster debía subir al estrado del paraninfo para la imposición de becas. Colocándonos para tal menester, una compañera bromeó: «Ahora el público pensará que vienen las feminazis». Me reí con ganas, porque cursando un máster en Género e Igualdad, llevando una vida en que lo personal es político, y asumiendo que queda mucho por hacer, te acostumbras tanto a esa denominación, que acabas pensando que el día que no te sueltan el «feminazi» de marras, es un día perdido.

Al rato, a esta misma compañera, un amigo le preguntó por whatsapp si ahora que se había graduado era feminista. Lógicamente ella respondió que sí. Acto seguido, le preguntó si era feminazi. Sinceramente, cada vez opto más por una respuesta a lo Fernán Gómez: ¡Sí que lo soy! ¡Y mucho!

Claro que partimos de un concepto no unificado, de naturaleza despectiva y que cada cual define como quiere, y por eso mismo, a mí ahora me da la gana recoger el guante de quienes creen que pueden ofenderme por defender determinadas cuestiones que para la gente demócrata debieran ser obvias e incuestionables. De este modo, casi ruego ya que sigan en su tónica, empleando la palabreja de marras, a ver quien se cansa antes.

Llámenme feminazi, porque haciéndolo, no me definen a mí, se definen a sí mismos, e incluso, a sí mismas, y eso me ahorra el trabajo de definirles yo.

Llámenme feminazi, sin comillas, sin cuidado y sin vergüenza. Cada vez que lo hagan pensaré que he logrado, aunque sea mínimamente, tambalear algún cimiento del patriarcado, y nada puede nutrirme más que eso.

Llámenme feminazi cuando diga que el masculino genérico no me representa; ustedes se quedarán en paz y yo seguiré agradeciendo a la vida que me permitiera conocer a Mercedes Bengoechea.

Llámenme feminazi; lamento decir que no me ofenderán, como cuando me llaman roja. Yo, mientras tanto, seguiré sin comprender porqué la gente facha se ofende si la interpelas así, igual que en el caso machista.

Llámenme feminazi, porque es la gasolina de mis ideas, el acicate que me permitirá que no olvide todo lo que queda por hacer en este mundo plagado de adjetivos.

Llámenme feminazi, porque necesito reírme, masticar desde la sabrosa «f» hasta la dulce «i». Necesito limpiarme la boca con esa palabra, puede que también arrugarla, tirarla al suelo y pisarla.