mercedes-serrato-25-julio-2016

Las lecturas veraniegas tienen un inconveniente; el número de páginas es directamente proporcional a los ratos de asueto playero o piscinero. De este modo, de un verano a otro sostienes el hilo de una historia que se va aderezando con distintas arenas entre hoja y hoja.

Tal cosa es la ocurrida con el libro de un polifacético hombre, amigo, contertulio, e incluso, por mor de su generosidad, colaborador eventual de esta casa cuando las circunstancias cofrades lo han requerido. Su nombre es Antonio Puente Mayor, y el libro que ha sobrevivido a dos veranos, el que titula esta columna. De haber dispuesto de más días de relajo y vagancia bajo el sol, habría terminado antes esta historia, pero no siempre puedo cultivar la ociosidad como se merece.

Podría abrir el cajón de las confesiones diciendo que a mí, Santa Teresa, me cuesta, me cuesta mucho. Nunca he tenido devoción alguna por la Doctora de la Iglesia, quien por cierto, tampoco tuvo devoción alguna por la ciudad en que la menda lerenda vino a nacer; cosas de la vida, no todo el mundo tiene que congeniar.

Pero lo cierto es que no creo en la casualidad, y debo decir que el año del aniversario de la Santa estuvo plagado de curiosas coincidencias, que no entro a valorar si dependieron de la mano de la abulense; y cuando hablo de su mano intento pensar en la que no recuerdo si le dejarían adherida al cuerpo y no en la que acabó acompañando a Franco.

La novela de Antonio, ágil, magistralmente narrada, y lo que más agradezco, estupendamente documentada, no es tan «fanática» como cabría esperar. De haber sido así, me habría sido imposible pasar de las primeras páginas. Obviamente, gira en torno a Santa Teresa, personaje presente y omnipresente en la historia; pero esta llega a ser un medio más que un fin, convirtiéndose en un hilo conductor, una excusa conveniente para hablar de otras cosas como la historia, viajes y paisajes, la cotidianidad académica, la acción que le da chispa a la cosa… Una sucesión de distintos momentos en el tiempo tan equilibrados que no marean o pierden a quien lee, nos conducen a entender el fanatismo de las reliquias, la complejidad de ciertas relaciones humanas, la crudeza de la Guerra Civil, los avatares de la vida doctoral, las explicaciones científicas de lo místico… Sólo un pero: Querido Antonio, desde aquí te lo digo, tienes que repasar los rituales de arreglo personal femenino, maquillaje incluido, que el rímel es siempre lo último. 

Bromas a un lado, el arduo trabajo realizado queda patente en el apéndice final, donde su autor nos desgrana un recorrido metodológico y personal que en cierto modo, constituye el esqueleto de la obra.

Comparto con Antonio esa ausencia de freno cuando algo te apasiona, y el deseo de compartir lo que de ahí nace. Tal vez por eso, aparté a un lado mi recelo teresiano, porque conociendo lo que Puente es capaz de dar en un proyecto así, sabía que merecería la pena.

Y escribiendo esto, he recordado que hay un par de dedos sueltos de Teresa de Ávila por esos mundos, así que hasta podría pensar que la mano que está en Ronda fue la que corrió mejor suerte, pese a los años pasados con tan dictatorial compañero.

Técnica Superior en Integración Social, Graduada en Trabajo Social, Especialista Universitaria en Mediación, Máster Oficial en Género e Igualdad. Actualmente Doctoranda en CC. Sociales; investigadora...