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Contó Miguel Lorente, casi en tono confidencial y aún algo alucinado pese a los años transcurridos, que en una ocasión, cuando creían que no los oía, sus compañeros de juzgado anunciaron su llegada diciendo: «Cuidado que ahí viene el traidor».

Cuando narró eso, en la intimidad que puede llegar a propiciar una clase, yo recordé a uno de los mejores profesores que tuve durante la carrera, el cual, una mañana hizo la siguiente exposición: «Formamos en la universidad una asociación de hombres contra la violencia de género. De todos los hombres que formamos la comunidad universitaria, sólo somos diecisiete… y aún no me lo explico…»

Puede que todos los hombres que llegan a tomar conciencia de lo nocivo que es el machismo para cualquier persona, siente en cierto momento ese extraño destierro social por haberse alineado en un lugar, que según quienes lo destierran, no es el natural que le habría correspondido; así de perversos son los discursos que se apoyan en «lo natural».

Recientemente, un amigo ha sufrido algo así, aunque su destierro ha sido si cabe, más incoherente.

Cada vez más concienciado con lo perjudicial de la heteronormatividad, se lo llevaban los demonios cuando vió una publicidad impúdicamente sexista, al hilo de una fiesta organizada por un establecimiento de su localidad. Ya saben, la típica invitación que con más o menos sutileza garantiza una noche maravillosa porque todo propiciará que las mujeres estén, digamos, sueltas, por mor del alcohol fluyendo libremente y un ambiente desenfadado. La interpretación moderna y cosificante que hace de las noches de fiesta una especie de mercado de carne; lo de siempre vaya.

Indignado, pensó hacer algo, yendo más allá de lo que el común de las y los mortales suelen hacer. Tras darle vueltas, analizando los pros y contras que diferentes acciones tendrían, con la variable de ser una localidad no del todo grande, optó por algo muy lógico en mi opinión. Puso en conocimiento de una asociación, pretendidamente feminista, el hecho. Pero su acción no tuvo la recompensa de lo que se consideraría justo. Le dijeron que ellas no iban a poder hacer nada, pues dicha empresa había colaborado con ellas económicamente en algunos eventos que habían organizado.

El tejido asociativo, tan ensalzado por la sociedad que se siente acompañada y los poderes públicos que se libran de un marrón, también tiene un lado perverso, pues no siempre cuentan con los recursos materiales e inmateriales que serían necesarios, y tampoco se los podemos exigir.

¡Me merezco una columna! me espetó. Realmente la merecía, y ojo, no del todo por lo primero que se nos viene a la cabeza. Es fácil acusar a la ligera a esta asociación, que vende sus principios contra la violencia de género al mejor postor. Pero a mí me inquieta algo más. Me preocupa esa falta de formación, ya no a nivel formal, sino a niveles éticos, que debiera imperar en una entidad así. Renunciar a la idea de que los micromachismos (que a mí ya me parecen macro) son la base de problemáticas mayores, es algo a lo que una asociación de este corte no debiera prestarse. De hecho, sería su baza al interpelar a esta empresa, haciéndoles ver que hay otra publicidad posible, que no tiene porqué perpetuar estereotipos que intentan dar la imagen de que la diversión pasa necesariamente por el reclamo femenino.

Es más, si en ocasiones anteriores han colaborado con ellas, habría que hacer valer la mutua retroalimentación y complicidad que en estas relaciones, más allá de lo económico, debe generarse. 

Pese a todo, a la falta de ética de la asociación, al cabreo de mi amigo y a mi asombro propio, sigo pensando que se van consiguiendo cosas, con cuentagotas, pero se van consiguiendo. Hace unos años, habría sido raro que un hombre se indignara por la publicidad sexista, incluso es raro que se indignen algunas mujeres. Y es que para este largo camino que queda por recorrer, necesitamos hombres, traidores a ser posible. Necesitamos a todas las personas, porque el machismo está en el aire, como estaba el amor en aquella canción. Respiramos machismo y absolutamente todas las personas, sufren algún daño como consecuencia de él, aunque la inmensa mayoría lo desconozca. El día que se sepa esto, puede que podamos empezar a construir nuevas cosas.

Técnica Superior en Integración Social, Graduada en Trabajo Social, Especialista Universitaria en Mediación, Máster Oficial en Género e Igualdad. Actualmente Doctoranda en CC. Sociales; investigadora...