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El protocolo de las expresiones corteses ofrece un abanico de obligado uso, a saber: «marco incomparable», «pingues beneficios», «como la copa de un pino»… Si hay que elegir, a mí me gusta especialmente «envidia sana».

El término envidia sana es adorable. Probablemente lo acuñó una de esas personas que nuestro querido ex director llama «bienqueda». Ansío llegue el día en que el señor Rivas presente un libro titulado: «Mitos y leyendas del Bienqueda y su bienquedismo»; sería un éxito rotundo en librerías…

Retomando el concepto envidia sana, es una cuestión antagónica, en una unión surreal, algo tipo «helado caliente», «pequeño gran hombre» o «inteligencia militar», quédense con la expresión que más ilustre la polarización. Envidia sana es el invento de alguien mezquino que quiere  domar su indecoroso sentimiento. Se puede aplicar a esa persona que come sin parar, que no sabes donde lo echa y que para colmo, no entra en un gimnasio ni para preguntar una calle…

A mí me da envidia la familia de mi amigo Antonio. No me da envidia una idealización perfecta porque tenga algún esquema mental de lo que deben ser las familias. Me da envidia pueril, de la que no duele.

En Navidades nos hace llegar una vídeo-felicitación, ideada y editada por sus padres, en que la descendencia familiar de un par de generaciones te felicita las fiestas, cada año de una manera. A mí, que ya saben que la Navidad más bien de lejos y sin tocarnos mucho, me encanta recibir ese enlace.

Creo que el paroxismo de mi envidia llegó cuando para el cumpleaños del abuelo de la familia, padre de Antonio, hicieron algunas representaciones teatrales… Que el Cielo me perdone, pero que envidia más sana tuve de aquello…

Ahora no envidio a Antonio. Sin saber bien como, se han quedado sin el páter familia, han perdido al señor del cumpleaños, al director de la vídeo-felicitación. Nunca una persona puede estar preparada para estas cosas, pero en este caso es que pensarlo te parte el alma.

Poco se puede decir en un momento como este, aunque por otra parte el mensaje es claro. La única forma de recordar, revivir y homenajear a quienes ya no están, es vivir conforme nos enseñaron, como les habría gustado. No creo que exista otra forma de sobrellevarlo ni otro consuelo para quienes se quedan a este lado de la vida.

En realidad, sigo envidiando sanamente a Antonio; han sido muchos momentos buenos con los que se ha podido llenar el alma, y que han hecho de él una persona tan especial que conocerlo es quererlo.

Y ya saben, no quiero ser una de esas personas mezquinas, mi envidia es sana, sanísima.  

Técnica Superior en Integración Social, Graduada en Trabajo Social, Especialista Universitaria en Mediación, Máster Oficial en Género e Igualdad. Actualmente Doctoranda en CC. Sociales; investigadora...