Me cuesta afrontar esta columna, me cuesta porque la siento como algo demasiado personal y porque creo que no podría evitar el tema por más tiempo. Pero lo peor de todo es que últimamente hay quien se queja de que mis líneas andan descafeinadas, y este tema merecería toda la cafeína posible.

Ahora todo el mundo sabe qué pasa en Siria, los informativos nos muestran al fin la masacre de la guerra y el drama del refugio. Mi cabeza está en otra parte, en Diciembre de 2009. Para mí, la tragedia empezó entonces, no cuando dijeron los noticieros que empezaba.

Quizás es mejor que mi mente ande desplazada; así me evito disgustos como los que me dan quienes no entienden que una persona que solicita refugio o asilo suele ser una persona sin otra opción. Parece que molesta que estas personas tengan, en algunas ocasiones, buena ropa, formación, ideas, pensamientos. Hay quien solo entiende la emigración desde la ilegalidad, la cual les resulta conveniente porque así pueden privar de derechos a esa gente, tratarlos como una masa informe que en época de bonanza servía de mano de obra barata y ahora molesta mucho. Pero estas personas no emigran, huyen del horror y de la muerte, más inminente en su caso que quienes vienen buscando un futuro mejor, que tampoco abandonan su tierra por gusto.

Ya conté en una ocasión mi breve experiencia en el mundo del asilo o refugio, donde nació el peculiar motivo que hace que el conflicto de Siria me duela especialmente. De las muchas cosas que aprendí allí, hay una que tal vez sea la más sencilla y definitiva: Todo en esta vida está condicionado por el sitio del mundo en que vienes a nacer. Jamás he estado con alguien solicitante de asilo sin estremecerme pensando que en caso de haber nacido yo en su país, su ciudad, su familia, cuan diferente no habría sido mi vida y cuantas cosas no habría hecho yo para luchar contra un mundo que me diera la espalda. Porque nuestro mundo les da la espalda, no ahora con Hungría cerrando fronteras, o los ministros europeos con cara de Viernes Santo sin saber como repartirse a esta gente. Nuestro mundo les da la espalda desde el momento en que hemos estado años ignorando su guerra. Nuestro mundo les da la espalda porque a nosotros sólo nos interesa el petróleo o cualquier beneficio que podamos sacar. Nuestro mundo les seguirá dando la espalda. De aquí a pocos meses nos ocuparán otros problemas, otras preocupaciones, nuevas tragedias llenarán los informativos. Y no crean que esto es acusar desde alguna rara superioridad moral. Yo me siento muy culpable. Si nada humano me es ajeno, y lo de Oriente Próximo menos que nada, pueden hacerse una idea… Es un sentimiento de culpa tan constante, una impotencia tal, que las más de las veces ni hablo del tema. Cuando me indigno con esa gente que en sus estrechas miras no entiende la magnitud de la cuestión, evito discutir por miedo a echarme a llorar.

Es raro continuar tu vida, con tus problemas tontos, tus dramas cotidianos, sabiendo que esta forma de vida es casi un privilegio. Y es por eso que esta columna me iba a costar como me ha costado, que se me hace complicado repetir el argumentario evidente que ya se ha dicho, y que por una vez, hasta cabrearme me es complicado.

Técnica Superior en Integración Social, Graduada en Trabajo Social, Especialista Universitaria en Mediación, Máster Oficial en Género e Igualdad. Actualmente Doctoranda en CC. Sociales; investigadora...