Los últimos estudios apuntan a que William Shakespeare pudo no existir. No nos conformamos con la grandilocuente teoría de Virginia Woolf de que tenía una mente literaria desprovista de machismo, no, directamente afirman que el bardo es una invención. De modo y manera que ahora no sé a quien atribuirle la frase magistral de «De lo que tengo miedo es de tu miedo».

Tal día como hoy, el pasado lunes, llegaba al Museo del Louvre desde el Distrito XVIII. Nada más salir del metro un buen señor me pidió ver mi bolso. El francés es una lengua que me puede, así que sin cuestionar nada, abrí la cremallera, nadie puede negarse ante un idioma tan cortés.

En realidad tenía sentido, la boca de metro te lleva justo al interior de la famosa pirámide de cristal. Y fue allí donde aparecieron de pronto unos cuantos soldados con sus armas en ristre. Tardé dos segundos en razonar: aquello era relativamente normal, han ocurrido demasiadas cosas por aquel país para convencerlos de que se despreocupen.

Pronto la dinámica del bolso era habitual en cualquier museo, monumento, incluso en algunas tiendas. Era simple, en la puerta de cualquier sitio. Daba igual que tuvieras cámara, comida, salvo las navajas, todo bien, nunca te decían nada, pero tenías que enseñarlo.

Durante toda la semana recuerdo a trozos una columna de Pérez-Reverte titulada ‘Es la Guerra Santa, idiotas’. Defendía el murciano el postulado que se está convirtiendo en evidencia. No hace falta emigrar desde la otra punta del mundo para defender el radicalismo, pueden ser ciudadanos que viven en la sociedad occidental.

Personas jóvenes maltratadas por un mundo que les vendía igualdad pero les trató como gente de segunda clase, provocando así la búsqueda y el consuelo de la falsa pureza de sus valores de origen. En un vagón de metro de París hay incontables razas, procedencias, como quieran llamarlo. No todo el mundo es igual, pero a veces se nos olvida, de forma que las realidades conviven sin tocarse.

En el museo D’Orsay la advertencia es clara, cualquier bolso, mochila o equipaje abandonado será interpretado como sospechoso. La Noche Estrellada de Van Gogh está en Oslo, y el miedo resulta más comprensible que el préstamo.

Nuestro taxista árabe que amablemente te puede prestar un cargador para el Smartphone, mantiene un pique con un ‘rastas’ que lo llama despectivamente ‘taximan’. No hay nada más gracioso que una pelea en francés; se insultan con alusiones caninas y la suavidad del idioma contradice la agresividad de los gestos. Pero el taxista, que se cisca en casi todos los conductores con que se cruza, deja paso a los numerosos coches de policía que se dirigen a la Gare du Nord.

La convivencia de las mil razas tiene de fondo la música de Alpha Blondi, está salpicada por los carteles de que aquí y allá son Charlie. El aeropuerto más pequeño de París es un totum revolutum de viajeros.  Destinos como El Cairo, Marrakech, Sofía, hacen que la mezcla sea variopinta. Escanean mi netbook e inexplicablemente pito en el arco de seguridad cuando apenas llevo nada metálico. Me cachean y lo aguanto con filosofía, ellos tienen miedo y yo estoy demasiado morena como para resultar libre de toda sospecha a simple vista.

Ya en casa escucho la noticia; tiroteo, tren parisino, marines made in USA… Soy una fiel defensora de que no puede cegarnos la absurda islamofobia, pero también está la teoría de don Arturo. Sea como fuere, en el país de al lado tienen miedo, y sin dejarme llevar por la histeria, no puedo decirles que no lo tengan, sólo queda sonreír mientras abres el bolso y desear un «bonne journée» al proseguir tu visita.

Técnica Superior en Integración Social, Graduada en Trabajo Social, Especialista Universitaria en Mediación, Máster Oficial en Género e Igualdad. Actualmente Doctoranda en CC. Sociales; investigadora...