Akira Kurosawa sintetizó en su inmortal película ‘Rashomon’ aquello tan certero de que cualquier historia tendrá como mínimo tres versiones, la tuya, la mía y la verdadera, que estará a caballo entre las dos primeras.

La clarividencia del cineasta japonés fue tal, que su filme dio nombre al ‘efecto Rashomon’. Este contempla la subjetividad de los protagonistas de un hecho, que pueden tener diversas vivencias del mismo sin que estas sean excluyentes unas de otras.

En Ciencias Sociales este efecto es algo así como el Principio de Incertidumbre de la construcción de la realidad social, advirtiendo que un hecho o situación, por abstracta que sea, tendrá siempre unas variaciones considerables en función del «por qué», «cómo», «para qué», etc. Esto viene a ser campo abonado para la Epistemología, la Teleología y todas las ramas del conocimiento que intentan explicar los mecanismos del tejido social.

Recientemente he terminado la novela de Julia Navarro ‘Dispara, yo ya estoy muerto’.  Podría decirse que es un libro muy Rashomon de un tema que me apasiona más aún que las historias de japoneses que no hablan al compás del doblaje, porque lo de ver a Kurosawa en V.O se lo dejo a los intelectualoides de verdad, yo sólo soy una persona curiosa. El tema, para quien no haya leído el libro, podríamos decir que es el conflicto Israel-Palestina; aunque decir esto es limitar mucho el contenido de la novela.

Se plantean, desde el principio de los tiempos, dos versiones, la de una familia judía súbdita de la Rusia imperial, y la de una familia árabe que vive a las afueras de Jerusalem desde los tiempos del dominio turco. Desde estas dos perspectivas los escenarios históricos se suceden; los pogromos, las dos Guerras Mundiales, pinceladas de la Guerra Civil española… No hay buenos ni malos, hay historias, vivencias, dolor. Dos versiones que dejan al lector el trabajo más complicado, obtener la tercera.

Auschwitz consigue garantizar su pervivencia como museo y lugar visitable. Leo la noticia mientras recuerdo el libro de Navarro y tantos otros que hablan de aquella antesala del infierno en la Tierra, que fue ese campo de exterminio.

El Efecto Rashomon es ciertamente complicado. Nos resulta más fácil trabajar con verdades absolutas: los buenos, los malos, los que tienen la razón y los que se equivocan. Eso casa mal en esta ecuación porque los judíos han sido siempre víctimas, los expulsados, los exterminados, los perseguidos.

Ahora son los verdugos, los que conforman un estado cruel, los que compran armas y condenan a la miseria a los nuevos débiles. Pero como la vida no se compone solo de blancos y negros, nada de lo que ocurre en Israel logra que no me estremezca con el simple nombre de Auschwitz. ¿Sería capaz de ir allí? Se me hiela la sangre al pensarlo.

Obviamente no vivo ajena a las masacres del mundo, algunas más cercanas en tiempo y espacio que ese remoto lugar de Polonia, pero aquello tiene algo terriblemente especial. Una condensación de todo lo que puede dar de sí la crueldad humana, la protocolarización ordenada y sistemática de la masacre y la miseria, una singularidad macabra que te hace plantearte muchas cosas. Aterra pensar que se olvide este pasado y aterra más aún ser consciente de que ya son muchos los que lo han olvidado.

Verdaderamente es complicado esto del Efecto Rashomon, atender todas las versiones posibles, sin que estas se excluyan cuando a duras penas, las partes permiten que otras perspectivas se incluyan.

Técnica Superior en Integración Social, Graduada en Trabajo Social, Especialista Universitaria en Mediación, Máster Oficial en Género e Igualdad. Actualmente Doctoranda en CC. Sociales; investigadora...