Debía ser de las pocas personas que quedaba en España sin haber visto ‘Ocho apellidos vascos’. También sería de las pocas que aún no había soportado más de cinco minutos de soflamas nacionalistas del señor Mas. En las últimas horas hice ambas cosas, así, sin anestesia ni nada.

De partida sabía que ni la película ni el político me iban a convencer, pero todo tiene sus matices. La cinta me ha parecido la típica historia de chico conoce chica, chico se enamora de chica, chico dice la palabra faralaes y ahí… se rompe la magia.

Ningún sevillano en pleno uso de sus facultades mentales utiliza jamás en su vida la palabra faralaes, esa palabra de hecho es como un test para detectar forasteros. Luego está lo que todo el mundo sabe, los tópicos, lo obvio, los enredos.

De todas formas no soy inmune al humor absurdo y ha sido un rato soportable pero sinceramente, no creo que ni de lejos la película merezca el bombo que se le está dando. En la recaudación no entro, la gente puede gastar su dinero como mejor crea aunque yo desde luego no habría desperdiciado una entrada de cine, con todo lo que implica, para ver esa película.

Lo de Mas es bastante menos gracioso. No estoy en contra de la consulta, ojo, tengo hasta morbosa curiosidad por saber qué saldría de esa votación. Ahora bien, escuchar tanta falacia de que Cataluña vive poco menos que desangrada por el fascista estado español, que con la independencia se acaban sus problemas seguro, y que Pujol no es un corrupto, esto de propina, pues mire, tiene gracia y no la tiene.

Pero por suerte para mí, mi abuela Carmen, en torno al año sesenta y ocho, cogió sus maletas y sus muebles, dejó Barcelona harta de humedad, sardanas y ver a la Macarena por la tele, y volvió al Sur, librando a sus descendientes de tener que votar a qué soberano le entregan su sangre.

Así que como espectadora, ansío que voten, ansío ver el resultado e incluso ansío que se separen, si eso es lo que quiere la mayoría. Sería divertidísimo ver como les va por su cuenta. Sería hilarante ver como se las arreglan en Europa.

Sería desternillante ver a qué precio les pone la Generalitat la gasolina, porque a día de hoy los traen fritos con los céntimos que añaden para esto y aquello. Y si al igual que en el caso escocés saliera que no, las risas entonces no iban a ser pocas. La carita de Artur iba a ser de foto, y a ver con que amenazaba a Rajoy.

Y es que ya lo dijo Bukowski, «la diferencia entre una democracia y una dictadura consiste en que en la democracia puedes votar antes de obedecer las órdenes”. Así que ojalá se pueda votar y entonces, a ver de qué lado cae la tostada.

Técnica Superior en Integración Social, Graduada en Trabajo Social, Especialista Universitaria en Mediación, Máster Oficial en Género e Igualdad. Actualmente Doctoranda en CC. Sociales; investigadora...