Cada año, llegando el 8 de marzo aparece el poco original comentario de: «Día de la mujer… ¿para cuándo un día del hombre?»  Y ojo que esta vez no lo digo por nadie en concreto, que doctores tiene la Iglesia, en Sevilla los tiene de sobra…

Obviamente es complicado que mucha gente que vive alegremente el devenir social no se plantee que el día de la mujer nace de algo muy lamentable, y no hablo de aquel incendio en la fábrica, sino del trasfondo; es un día que nace de la pura y simple desigualdad. Quien no la ha sufrido, como suelen ser los hombres en el mundo en general, no puede entender, si no hace un pequeño esfuerzo, el matiz filosófico de reivindicar cosas que aún no se han logrado.

Llegado este feliz desenlace, el de los plenos logros, sería poco más que un gustazo eliminar el diíta de marras, signo tajante de que no habría desigualdad que combatir. Ahora bien, son pocos los que conocen que existen nuevas corrientes que critican lo que podríamos denominar ‘Feminismo tradicional’.  Sobre todo se trata de mujeres pertenecientes a otros contextos sociales y culturales más allá de la confortable condición de féminas  occidentales que predican a los cuatro vientos como deben ser ciertas cosas y por cuales deben dejarse la piel las mujeres.

Eso ocurre en casi todos los ámbitos, extendemos nuestros conceptos en esa falsa idea de globalización positiva que nos han vendido y acabamos comparando la triste tasa femenina en los consejos de administración con las mujeres musulmanas que no pueden conducir, estudiar o elegir casi cualquier cosa que concierna a sus vidas. Hace no mucho pude ver a una feminista de las de la vieja guardia comparar la realidad de aquí con una triste situación que se le planteaba desde Sudamérica.

El espectáculo era desolador a la par que bochornoso… ya no por lo absurdo que parecían sus razonamientos, sino porque llegaba a parecer una maldita desagradecida incapaz de valorar que dentro de las mil injusticias de este cruel mundo, a ella le había tocado uno de los tragos menos amargos. Por eso, sin pretender ser ni triunfalista ni fatalista, también el 8 de marzo podría ser el día de mirar un poco atrás, ver lo que se ha logrado y analizar lo que queda por conseguir desde la posición algo más favorable de hoy día.

Victoria Kent se opuso al voto femenino porque consideraba que las mujeres de aquellos tiempos tenían problemas más importantes que elegir gobernantes, y las que no los tenían votarían lo que dijeran sus maridos y o confesores, por lo que iba a ser una libertad muy artificial. Una mujer que fuera capaz de relativizar tan acertadamente la realidad social con posibilidades prácticas sería hoy día tan innovadora que las feministas tradicionales la lincharían y la mayoría de mujeres, de nuevos movimientos feministas o no, conectarían plenamente con ella.

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