San Emeterio, junto con San Celedonio, fue un mártir cristiano de aquellos tiempos en que las autoridades romanas si no renunciabas a tu fe te lo hacían pagar de aquella manera; que vamos a hacerle, para que existan buenos tiene que haber malos.

Muchas son las leyendas que existen al respecto de su cabeza decapitada junto con la de San Celedonio. Se cree que ambos eran centuriones romanos y hermanos, y de sus cabezas se dice que fueron lanzadas al mar en una nasa o que llegaron a Santander en una barca de piedra…

Sea como fuere, de San Emeterio nació la derivación que dio nombre a la capital cántabra, Santander. Lo que el pobre mártir no pudo imaginarse en su corta vida fue que además de dar nombre a una ciudad lo iba a hacer a un imperio, uno en el cual no se pondría el Sol a principios del Siglo XXI y que este estaría capitaneado por un hombre que no era ni rey ni guerrero ni falta que le hacía, porque con su inglés chapucero y sus pintas de vecino del sexto, Emilio Botín ha logrado ser uno de esos españoles a los que la hipoteca no les quita el sueño, aunque él a su vez sí que le quita el sueño y la vivienda hipotecada a más de uno…

Por principios, convencimiento y pragmatismo el Santander no es mi banco… No es que solo me vincule a entidades financieras honradas, eso ni existe, pero si es verdad que puestos a que alguien te chupe la sangre yo he decidido que no sea Emilio; cosa que no es tan fácil y van a entender porqué. No será desconocido para muchos que el Santander es el banco universitario por excelencia en nuestro país. Una va a echar la matrícula su primer año de carrera con más miedo e ilusión que otra cosa y todo te va conduciendo al mismo sitio, el banco. Tienes que ir para sacar el carné de estudiante y ya de paso te ofrecen una cuenta fantástica, fabulosa, pensada para ti… vamos, pensada para que cuando los universitarios del hoy sean los trabajadores del mañana el señor Botín pueda poner las zarpas a tu primer sueldo. Claro que con lo fastidiada que está la cosa, por no decir la vulgaridad de que está bien jodida, lo mismo le hemos malogrado el invento al bueno de Emilio.

Por situaciones algo extrañas últimamente debo frecuentar mucho la sucursal del Santander más cercana a mi casa. Creo que entrar en Alcalá Meco es más fácil que hacerlo allí pues disponen de un sofisticado sistema para detectar metal, material muy frecuente que solemos llevar encima. No es un arco de seguridad, es como una cabina que te escanea y no abre la puerta de acceso al otro lado si sospecha que llevas una pistola, una bomba o un tarjetero metálico… Lo mejor fue cuando el director salió para avisar a un buen hombre de que con sus botas de trabajo, muy metálicas ellas, no podría entrar al banco. Ante perder la dignidad por completo accediendo a la oficina descalzo el hombre se fue por donde había venido. Desconozco si era cliente o estaba circunstancialmente como yo, pero si era lo primero sería esperable que el buen señor retirara de allí todo el dinero que ha conseguido ganar con esas botas de trabajo indignas de pisar la oficina. Para entonces yo había dejado en la taquilla exterior casi todo el contenido de mi bolso, hecha una furia mientras vociferaba: ¡Para que todo esto si los ladrones están dentro!

Por las imprecaciones de personas que me seguían comprobé luego que se me había escuchado perfectamente desde el interior… Lo curioso es que cuando estás allí y pones verde al banco, su funcionamiento, a Botín o te quejas del hecho de que solo tengan a una chica en la caja con más de veinticinco personas en la cola, nadie te replica, nadie defiende aquello, ni los clientes del banco. Todo el mundo sabe que aquello es la antesala del infierno y que Botín debe estar descojonándose de nosotros en alguna de sus casas, pero al final, como buenos españoles, nadie se revela, nadie inicia una avalancha de clientes deseosos de retirar su dinero como en Mary Poppins…
Y por cosas como estas a veces no dejo de pensar que tenemos el país que nos merecemos, con los banqueros especuladores que nos merecemos, bien situados en Forbes mientras las colas en los comedores sociales se hace más larga que en sus sucursales…

Y el pobre San Emeterio lo mismo se revuelve de indignación por ver como se ensucia la derivación de su nombre mientras San Celedonio, que era igual de mártir que él aunque no dio nombre a nada, se ríe socarrón.

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Técnica Superior en Integración Social, Graduada en Trabajo Social, Especialista Universitaria en Mediación, Máster Oficial en Género e Igualdad. Actualmente Doctoranda en CC. Sociales; investigadora...