En ocasiones, en ciertos campos sociales o profesionales idealizamos a alguien, mitificamos una figura del pasado que si bien nos ayuda a entender mejor el origen de algo, difícilmente resulta ser extrapolable a la realidad actual.

Este cuatrimestre tuve una asignatura en que desde la Antropología Social y Cultural analizamos Andalucía; disertamos sobre su trayectoria histórica, su papel en la economía, la literatura… Abordamos  el regionalismo, el nacionalismo, el lenguaje andaluz o la lengua andaluza, que no es lo mismo… Estudiamos movimientos sociales de impacto, la globalización… Todo esto soportado sobre material de mil autores, para tener más perspectivas, y por nombrar al más conocido, leí muchísimo de la obra de Isidoro Moreno. 

Todo esto se unió al bagaje que yo traía reafirmándome en una conclusión: Los principios de Blas Infante ya no son los míos.  Hace muchos años que no canto un himno con el que no me identifico; ¿tierra y libertad? A principios del siglo pasado era algo lógico, pero ya no. Traer un mito de estas características a la actualidad, para mí al menos, carece de sentido. Y ojo, no critico a quienes reivindican su figura, esas cosas no están bien o mal, pero si creo que hay que contemplar su figura en su justo contexto.

Siendo muy niña me llevaron bastantes años al homenaje a Blas Infante. Yo iba obviamente sin mucha conciencia, sin mucho fundamento, simplemente por lo que acaba motivando los ritos, la repetición.  Morir por una causa siempre será algo noble, pero echando la vista atrás es fácil ver cuanto ha cambiado esta causa.   

Históricamente Andalucía arrastra muchas cosas, su autonomía política en tiempo de los romanos, su construcción como fuente de tópicos negativos durante el siglo XIX donde no  solo la literatura romántica nos caricaturizó sino que  autores tan reconocidos  como Ortega y Gasset contribuyeron al tópico  de la vagancia y la fiesta… Fue un estereotipo  desenraizado durante el franquismo, atribuyendo figuras andaluzas a todo el territorio nacional, fomentando así españoladas como el torito y la flamenca, reduciendo  de este modo  la identidad del andaluz a simples pinceladas de folclore. 

Andalucía ha sobrevivido a muchas cosas y obviamente Blas Infante reivindicó una condición que nos es propia, pero eso no quiere decir que todos sus principios tengan vigencia o que necesariamente haya que agarrarse a esta figura para reivindicar una autonomía a nivel político, económico o social.  Los andaluces nunca hemos sido plenamente conscientes de lo que los antropólogos llaman la etnicidad, esos rasgos socioculturales, históricos o psicológicos que nos diferencian de otro pueblo.

En el momento que tomemos conciencia de ello podremos estar preparados de verdad para reivindicar nuestra condición, y en ese momento podremos hacerlo esgrimiendo la figura de Blas Infante, reclamando el 4 de Diciembre o como quiere un profesor mío, asumiendo una lengua propia de la que ya existen modelos de transcripción.

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Técnica Superior en Integración Social, Graduada en Trabajo Social, Especialista Universitaria en Mediación, Máster Oficial en Género e Igualdad. Actualmente Doctoranda en CC. Sociales; investigadora...