De pequeña me llamaba la atención cuando en “El Chapulín Colorado” o “El Chavo del 8”, que en aquellos tiempos eran mi único referente del otro lado del charco, hablaban de “el encuentro” y no del “descubrimiento de América”.
Con el tiempo, los libros de Historia, los documentales de aquí y allá, comprendí lo injusto que puede llegar a ser la historia, o lo beneficiosa que puede resultar, según quien la cuente. Personalmente, no voy a dedicarme ahora a revisar lo ocurrido desde 1492 hasta la fecha, pero siempre que llega el día de hoy recuerdo la anécdota que me contó un amigo psicólogo que fue a dar clases a una universidad sudamericana. Al llegar, un compañero le explicó someramente que allí el setenta por ciento de la población era indígena, el veinte por ciento mestiza, y un diez por ciento blanca. Tras un par de días arreglando trámites en la facultad, paseando por las calles y conociendo gente, se dio cuenta de que no había visto ni un blanco en ese tiempo. Le preguntó al mismo compañero: “¿Y dónde se supone que están los blancos?” a lo que este respondió “Esos están todos en el Parlamento”.
Al llegar su primer día de clase, comenzó a exponer su programa del curso. Llegando a esta semana comentó: “Y el día doce pues no venimos a clase ¿eh?”. Un alumno levantó la mano: “Perdón ¿qué se celebra ese día? Mi amigo no sabía si era alguna broma, o si realmente él andaba confundido y allí no era festivo aquél día, así que tras considerarlo medio segundo, decidió responder lo que sonaba más lógico: “Pues, celebramos el Día de la Hispanidad ¿no?” el chico, que pertenecía al setenta por ciento indígena, se rió y contestó: “Ya veo… pero es que a nosotros no nos gusta celebrar el día que vinieron a robarnos nuestro oro, nuestras mujeres y nuestra religión”.
Lo dicho, a veces asumimos tanto nuestra particular historia que no somos conscientes de lo que esta cambia si se la mira con otros ojos.