“En esta vida hay que saber hacer de todo”, repetía mi madre una y otra vez; y tal vez por eso en mi infancia desarrollé un variado abanico de actividades como la natación, la mecanografía, el judo o las sevillanas, complementadas con campamentos y excursiones donde aprendía a hacer jabón, pan, perfumes, cuidado y limpieza de diversos animales, sembrar y montar a caballo.

Todo esto son cosas que aunque en su momento me gustaron más o menos, con el tiempo he agradecido a mi progenitora, porque sí, todo lo que se sepa hacer en esta vida es poco, aunque yo espero no tener que volver a limpiar un establo en mi vida. Con algunos años más, llegaron las clases de inglés e informática, el remo y mil chorradas más, incluso hice un breve curso de introducción a la ornitología, con la fobia que a mí me dan todo tipo de aves… Pero lo dicho, mantengo esta tendencia e incluso a veces me arrepiento de no haber iniciado aprendizajes poco prácticos, como aprender ruso o la esgrima.

En la NASA parecen pensar como mi madre, lo mismo han perdido mucho no contratándola a ella, porque puede que lo leyeran estos días; la última idea salida de  Houston, Texas, es que los astronautas sepan cultivar y cocinar, en este orden. Aunque debo decir que a mí la idea me parece más bien proceder de mi abuelo Rafael, quien a pesar de tener una ocupación bien diferente a las labores del campo, las llevaba arraigadas y sembraba tomates y otras cosas allí donde pillaba, ya fuera el arriate de un piso bajo o la terraza.

El requerimiento de la Nasa responde a algo práctico, ya que por lo visto en una misión espacial se provee 1,7 Kg de comida por persona y día, y si tenemos en cuenta que se estima que una misión a Marte puede durar unos cinco años, multiplicando salen unas cuantas toneladas de comida extraña y deshidratada, o al menos así se representa en mi mente el condumio espacial.  Volviendo al tema, ya no sólo hay que saber de astrofísica, hay que ser “más apañao”, una nueva generación de Juan  Palomo con traje espacial, gente capaz de producir su propia comida y preparársela, a la vez que dan un pequeño paso para el hombre y uno grande para la humanidad.

Por supuesto, no son plantas mundanas del todo, se trata de un modelo bio-regenerativo  de plantas multifunción, que además de servir de alimento, proporcionarían oxígeno y purificarían el aire eliminando dióxido de carbono. Hasta el momento se han seleccionado varios  cultivos, a saber: lechuga, rábano,  cebolla, zanahoria, espinaca, fresa, pimiento,  plantas aromáticas y repollo; estas dos últimas me parecen algo contradictorias entre sí. Desde luego, por lo que he podido leer, será un huerto biotecnológico de lo más interesante, aunque en mi esquema mental vuelva a imaginar los huertecillos improvisados que mi madre me contaba que su padre  montaba en latas de tomate  y demás tiestos rudimentarios.

De todas formas, los viajes a Marte están previstos para el 2030 o así, pero esto da lugar a que padres con expectativas preparen a sus retoños en estas áreas.

Otra opción que se baraja es enviar al espacio con unos años de antelación naves almacén que contengan aprovisionamiento; una medida menos autosuficiente que más bien recuerda a esa práctica tan extendida en ciertos sectores estudiantiles de llevarte los taper de tu madre para asegurarte la subsistencia.

En una ocasión escuché que Pedro Duque debió hacer una especie de Lego mientras le realizaban preguntas en tres o cuatro idiomas, era una de las primeras pruebas de su aventura espacial. Supongo que hoy día podrían hacer esas preguntas mientras el candidato echa abono a un repollo.

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Técnica Superior en Integración Social, Graduada en Trabajo Social, Especialista Universitaria en Mediación, Máster Oficial en Género e Igualdad. Actualmente Doctoranda en CC. Sociales; investigadora...