A los dos días de ganar las elecciones, allá por mayo de 2011, Juan Ignacio anunció que iba a sustituir las modernas farolas de la Plaza del Pan y de la Alfalfa por las fernandinas tradicionales. Algo, o alguien, le hizo recapacitar y dejar el proyecto al margen porque no podía ser esta la prioridad del nuevo Gobierno Municipal. Ahora, dieciocho meses después y 150.000 euros mediante, lo retoma.

No es cuestión de adentrarse en el terreno estético o de los gustos, algo meramente subjetivo, sino en la idoneidad del gasto dadas las circunstancias actuales. Despilfarrar casi 25 millones de las antiguas pesetas en la sustitución de unas farolas nuevas y que funcionan perfectamente no puede ser catalogado más que como un capricho que, si quiere dárselo, no debe a costa del nuestro bolsillo. Me pregunto dónde está el mobiliario de hierro forjado que se encontraba en la zona antes de la reurbanización. Si se recupera, el coste sería notablemente inferior y Juan Ignacio sería feliz con sus farolas “de toda la vida”.

Se me ocurren mil formas mejores de invertir esos 150.000 euros. Asfaltar calles que tienen más agujeros que un queso gruyer, ayudar a las familias que están pagando la crisis, mejorar los servicios a las personas sin hogar, o incluso utilizarlos para la restauración de Santa Catalina, esa joya gótico-mudéjar que se cae a pedazos y por la que el Ayuntamiento (y la Iglesia), si tanto interés tienen, no puede estar esperando eternamente a que la Junta ponga su parte.

Las inversiones deben hacerse con perspectiva y considerando lo que aportarán a la ciudad y sus habitantes. ¿Habrá más gente en los bares de la zona por las farolas? ¿Vendrán más turistas a Sevilla? Los 20 concejales no son un cheque en blanco para mirarse el ombligo y hacer cosas por mero interés propio y de los sectores afines. El alcalde no puede caer en los mismos errores que achacaba a los anteriores. O quizás también es parte de la “herencia recibida”.

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