Ayer desayunábamos con el deseo de un grupo de vecinos de aniquilar el Festival de las Naciones que con bastante éxito se celebra cada año en los Jardines del Prado de San Sebastián, esgrimiendo el ruido y molestias que, según ellos, provoca esta feria multicultural.

A estos vecinos no les ha bastado con tumbar, Tribunal Supremo mediante, la Biblioteca del Prado y provocar el despilfarro de más de ocho millones de euros salidos de las arcas públicas, sino que ahora pretenden cambiar la ubicación un festival que supone una de las pocas propuestas de ocio alternativo consolidadas en la ciudad.

Protestan porque durante la celebración no pueden utilizar los jardines del Prado, teniendo a escasos metros el Parque de María Luisa o los Jardines de Murillo; se quejan del ruido de los autobuses y del tranvía o de los cortes de tráfico en la zona para realizar actividades lúdicas y deportivas relacionadas con la bicicleta, pero no les molesta que sus pisos tengan un elevado caché al estar ubicados en una de las principales arterias de la ciudad con las mejores conexiones de transporte de Sevilla.

¿Imaginamos a los vecinos de Nervión o Heliópolis pidiendo el cambio de ubicación de los estadios por las molestias? ¿O a los de San Bernardo quejándose de la sirena de los Bomberos? Vivir en una de las mejores zonas de la ciudad pero no soportar las actividades que se celebran en la misma, restar y no sumar, tumbar y no proponer.

Es la realidad de algunos, a los que se les llena la boca diciendo que son sevillanos pero si por ellos fuera constituirían un Principado Independiente del Prado, para que nadie les molestara ni ningún hecho ajeno a la sevillanía típica y tópica se les colase en su bucólico Prado.

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