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Tic. Tac. Tic. Tac. El tiempo no para. Como un reloj suizo. Transcurre sin prisa, pero sin pausa. Ahí está. Noqueado sobre el ring. Ojos a medio abrir. Mandíbula desencajada por los golpes que le ha dado la vida. Boca abierta. Puños cerrados. Exhausto. Y es ahí, ahí, cuando se vuelve a levantar y sigue con su lucha hacia la victoria.

Así es. Dicen que nunca se rinde y que no hay más orgullo que ese. El de ver sudar la camiseta a todos y cada uno de nuestros jugadores. ¿Qué te han hecho, Sevilla? Hincaste tanto la rodilla en tiempos pasados, que ahora no hay quien te doblegue. Te quitas las briznas de césped de las pantorrillas, sonríes a tu adversario y lo piensas. “Podrás ganarme, pero nunca podrás vencerme”. No, porque a los valientes no se les vence jamás.

Así, como el que convierte el agua en vino. Tú conviertes la decepción de caer eliminados en fase de grupos de la Champions en una oportunidad para enmarcar tu nombre en la historia del fútbol europeo. ¿Acaso no pensaste en una nueva final de la Liga Europa cuando la Juventus mordió el polvo en nuestra bombonera aquel ya lejano 8 de diciembre de 2015?

Imposible no verlo. Un amor incondicional que no entiende de rivales. Da igual si es el portero el que tiene que forzar la prórroga, si es un gigante negro el que hace estallar de júbilo los corazones blanquirrojos o si es un una zurda de diamantes la que empuja la puerta de un sendero dirigido a la gloria.

Hambre. Mucha hambre. Decía Ramón Rodríguez Verdejo ‘Monchi’, que el sevillismo había creado un monstruo cuya hambre solo se saciaba con títulos. Una metamorfosis que ha llevado al Sevilla a jugar 15 finales en una década, y las que quedan. Ves la cara de esos jugadores en el autobús cantando como ultras las canciones de Biris Norte y piensas, “joder, ¿cómo no voy a confiar en este equipo?”.

Es entonces cuando te liberas de todo lo que te rodea y te dejas llevar por una marea de sevillismo que recorre cada milímetro de tu piel. Engorilado, nervioneo, piel de gallina. Ponle el apelativo que quieras. Recuerdas cada momento vivido y solo piensas en disfrutar cada instante sevillista. Vendrán más piedras en el camino. Las pasaremos juntos, Sevilla. Tú y nosotros, los guardianes de Nervión. Como siempre hemos hecho. Peldaño a peldaño de esa escalera que nos lleva al éxito.

¿Otra vez? Sí, otra vez nos vemos aquí. Esta vez en Basilea. Qué cosas tiene la vida, ¿verdad? Tú que pensabas que te ibas a morir sin ver esto. A por la quinta, dicen algunos. No, no vas a por la quinta. Vas a enseñarle al mundo de qué estás hecho. Cada lágrima derramada por ti, cada descenso, cada decepción. Cada momento vivido ha marcado tu personalidad a sangre y fuego.

Esa que te hace único. Esa que nos enamora. Esa por la que recorremos kilómetros. Esa que nos emociona. No estarás solo tampoco esta vez, Sevilla. ¿Sientes eso? Somos muchos los que empujaremos para levantarte si te caes, para darte la fuerza necesaria para que grites a los cuatro vientos que nunca te rindes y que de huevos andas sobrado.

Tic. Tac. Tic. Tac. Como un reloj suizo. Puntual. Fiel a su cita con Europa en mayo. Parece que refresca y que incluso puede caer algo de lluvia. Vamos, Sevilla, saca otro paragüero.