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El Sevilla, con muchos nervios, resolvió bien en el primer tiempo, pero en la reanudación, tras un gol tempranero del Rayo, se deshizo y acabó perdiendo su ventaja. Cuando todo apuntaba a otra noche errante, Konoplyanka dictó sentencia con una falta que da aire a un equipo que lo necesitaba.

El Sevilla tenía que ganar al precio que fuese. Pero el precio fue muy alto, sobre todo mucho más de lo que cabía esperar tras una primera parte relativamente tranquila en la que el equipo se fue con 2-0 al descanso, con goles de Gameiro y N´Zonzi. Sin embargo, al poco de la reanudación, un magnífico golpe franco trasnformado por Bebe desató la psicosis.

El Rayo olió el miedo y sobre todo con la salida de Lass desde el banquillo,  se hizo con el dominio del juego, empató por mediación de Javi Guerra y condujo al Sevilla a una situación límite que por fortuna resolvió Konoplyanka, con un gol de falta que hace respirar al sevillismo y que sobre todo debe servir para desbloquear a un equipo que necesita la confianza que dan las victorias para arrancar.

La realidad es que ante el Rayo el resultadismo se imponía ante cualquier cosa. En el antes, el durante y el después. El Sevilla jugaba una auténtica final, después de cinco jornadas en las que había ofrecido poco juego y menos resultados. No estuvo cómodo nunca. De hecho, Sergio Rico en el minuto 5 salvó los mueles ante Trashorras, algo que en cierta medida generó una ansiedad y nerviosismo que agarrotaba a los locales a la hora de jugar la pelota.

No estaba fino el Sevilla, pero este equipo tiene mucha calidad y con dos chispazos le basta para hacer daño. Eso es lo que ocurrió en el minuto 23, cuando una combinación entre Reyes y Tremoulinas acabó con Gameiro dentro del área, haciendo el primero. El gol, en teoría, debería destensionar al Sevilla, pero no fue así. Con poco que hacía, el Rayo sembraba inquietud. No obstante, justo antes del descanso, una nueva jugada colectiva de mucha calidad que llegó otra vez por la izquierda, la culminó N´Zonzi, tras ser asistido a placer por José Antonio Reyes. En teoría, ahí se debería acabar el choque. Pero la teoría no se impuso a la realidad, ni mucho menos.

Tras el descanso, el Rayo dijo presente demasiado pronto, con una falta inapelable de Bebe. Con 40 minutos por delante, el partido era otro. Al Sevilla le entraron los sudores, pero aún así tuvo ocasiones clarísimas para poner las cosas en su sitio, sobre todo una llgada de Iborra con todo a favor que desbarató Toño. Paco Jémez movió bien el banquillo, con unos cambios, sobre todo el de Lass, que espolearon al Rayo. El Sevilla se descompuso y cedió terreno casi por inercia. La tragedia que se mascaba se convertió en tragedia cuando en el minuto 67 Javi Guerra hizo el 2-2.

Emery, que ya había puesto en el campo a Konoplyanka, no quiso alterar el posicionamiento del equipo y sacó a Mariano y a Cristóforo por Coke y N´Zonzi. Al Sevilla lo único que le quedaba era echar coraje, porque fluidez no tenía ni iba a atener. Pero sí le echó coraje y miró de frente a la situación límite que se le dibujaba en el horizonte. Gameiro y Reyes tiraban del equipo como podían y por el empeño del francés llegó la salvación. Gameiro, que hizo un partido repleto de compromiso, fue derribado claramente por Amaya cerca de la frontal. Konoplyanka tomó la pelota para sí, mientras Trashorras desfilaba hacia los vestuarios arañando minutos para ser sustituido por Dorado.

Minuto 41, nerviosismo total, algo cercano a la agonía. Pero entonces Konoplanka la pone bien ajustada al palo derecho de Toño, que la roza pero no puede impedir que el ucraniano diga aquí estoy yo. Y el grito del ucraniano es el del Sevilla. Es el grito de la liberación, del ya es suficiente…

Había que ganar como fuera, y se ganó, eso es lo importante. El árbol no debe impedir que se vea el bosque, porque no es normal sufrir tanto con un 2-0 al descanso, pero los análisis son más fáciles sumando de tres. La victoria da confianza y sobre todo evidencia que hay calidad y que hay madera para salir de esta situación inesperada. Había que soltar lastre. A partir de ahora debe y tiene que ser otra historia.