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El campeón, inapelable, sentenció su pase a la final en la primera media hora con una lección de solvencia desde la pizarra. La leyenda del Sevilla continúa en Europa.

Se respiraba cierto ambiente de remontada en Florencia, incluso los locales creían en una noche épica, en una de esas gestas que tan bien conoce el Sevilla. Pero una cosa es creer y otra muy distinta poder, sobre todo cuando tienes a todo un campeón en frente.

Este Sevilla no da opción a las sorpresas y en el Artemio Franchi terminó con la incertidumbre, si es que la había, por la vía rápida, golpeando con dos jugadas de pizarra sensacionales que culminaron Bacca y Carriço. Y de esa forma, con su versión más rotunda, dejó sentenciado su billete a Varsovia con más de una hora por delante, haciendo de una semifinal europea un mero trámite.

El Sevilla estará en Varsovia. El último paso hacia la final lo dio como los anteriores, con contundencia, convenciendo, sin ofrecer dudas, inapelable, autoritario… Se agotan los adjetivos para calificar a este equipo que demostró su madurez para solventar sin apenas ofrecer suspense en un partido que a priori tenía su miga, sobre todo por el recuerdo de lo que ocurrió el año pasado en Mestalla.

Sin embargo, este Sevilla está todavía más hecho que el de la anterior temporada, es más sólido, más fiable, más solvente. Por ello, quien esperara algo de emoción, incluso para darle algo más de heroicidad al pase a la final, se equivocó de partido y sobre todo de equipo.

No se puede decir que la Fiorentina no lo intentara. Salió bien, jugando por dentro, prescindiendo de una referencia en ataque clara, a diferencia de lo que ocurrió en la ida. En el primer cuarto de hora atosigó al Sevilla y de hecho Sergio Rico salvó con una mano milagrosa un cabezazo soberbio de Gonzalo que podía haber puesto algo de picante al cruce. Pero el Sevilla, aunque defendía atrás, ni perdía los nervios ni renunciaba a sus peligrosas salidas a la contra. En una de ellas Vidal fue derribado en banda derecha por Pizarro y apareció la pizarra de Unai Emery.

Banega la puso al primer palo, prolongó Kolo de tacón de primeras y Bacca la agarró en zona de gol con la izquierda, se la acomodó a la derecha y definió sin piedad. El tanto de la tranquilidad llegaba incluso antes de lo esperado, con asombrosa facilidad. Ésa es una de las condiciones de este Sevilla, simplificar con solvencia lo que en principio parece complicado. 

La Fiorentina se quedó tocada con el gol de Bacca y diez minutos más tarde sus mínimas esperanzas se desvanecieron por completo, otra vez con una magistral acción de estrategia de este Sevilla que en laboratorio es de sobresaliente. Banega la pone a la derecha, Coke prolonga al segundo palo y Carriço remacha a placer como si tal cosa. Con una hora por delante, el partido ya había perdido todo su sentido, aunque Sergio Rico aprovechó hasta el final para lucirse y la Fiorentina, para cerrar su noche negra, incluso desperdició un penalti.

El Sevilla, a lo grande, con toda la jerarquía que se le presupone al campeón, está en Varsovia. El Sevilla, en su séptima final europea en los últimos nueve años. El Sevilla, justo un año después de coronarse por tercera vez en la Europa League, ante el reto de convertirse en  tetracampeón y leyenda de esta competición.

Es el Sevilla, el de la casta y el coraje, el que nunca se rinde, el que creyó siempre a pesar de estar casi seis décadas esperando para sentirse campeón, el que se preguntaba por qué otros sí y yo no, el que ahora engulle éxitos y no se sacia nunca, hazaña tras hazaña, tragos de gloria sin fin… Es el actual campeón, que quiere más y que una vez abandera al fútbol andaluz en la élite del fútbol continental. En lo más alto, el Sevilla, siempre el Sevilla.