Reconocimiento a la figura de Roberto Alés en 2017 en la peña sevillista Javier Labandón / Sevilla FC

En este viernes 22 de febrero ha fallecido, a la de 83 años, Roberto Alés, el presidente del Sevilla FC que asentó los cimientos para la gloria.

La figura de Roberto Alés es crucial para entender la reciente historia del Sevilla FC. Un club siempre grande en sus señas de identidad, pero enfrentado en los primeros años del siglo XXI a unos tiempos convulsos, con una economía de guerra y una situación deportiva precaria que miraba a la cara a la Segunda División. Para afrontar aquella delicada realidad,alguien tenía que dar un paso al frente y Alés, consejero del club en años precedentes, lo dio con valentía para tratar de remediar lo que parecía inevitable.

En sus alforjas de sevillista de ley, sin el más mínimo protagonismo, tomó el toro por los cuernos y, destilado caballerosidad, señorío y prestigio para mantener el cargo de presidente con toda la dignidad, se puso manos a la obra cultivando intuición, cordura, honestidad, mucho trabajo y humildad, no exenta de decisiones acertadas. Los nombres de Monchi, Caparrós, Moisés o Pablo Alfaro, por citar sólo algunos de una plantilla sin relumbrón, pero con toda el hambre del mundo, configuran años claves para devolver a la entidad a grandeza y los títulos. Fueron sólo tres años largos al frente del club, desde febrero de 2000 a mayo de 2003, pero años absolutamente decisivos para entender al actual Sevilla FC. La prueba de que Roberto Alés no quería protagonismo es que, cuando su obra empezó a brillar, dio un paso al lado y dejó que otros continuaran.

Llamado a cambiar la historia moderna del club, Roberto Alés intenta ser convencido, entre otros, por José Castro, Augusto Lahore, Enrique González Merino, Juan Silverio, Eduardo Arenas, Américo Govantes, Luis Carrión y Antonio Jiménez Orta, tras la dimisión de Rafael Carrión. Nadie da el paso para tomar el timón de un barco que se va a pique. Y Alés, un constructor de reputado prestigio acaba aceptando el reto y toma las riendas del club. Sus problemas de salud no le disuaden de la alta responsabilidad que va a echarse a las espaldas. Está en juego el Sevilla FC, su Sevilla FC. Con eso le basta.

Eran tiempos convulsos. El equipo se va a Segunda de forma irremediable. No entra dinero en caja y todo depende de las aportaciones de los dirigentes. Lo primero que hace Alés es avalar un préstamo de 25 millones de las extintas pesetas. Queda mucho por andar. Se marcha Marcos Alonso. Tsartas no acepta continuar. El barco hace aguas, el pánico cunde en una afición que ve como su ilusión mengua. Pero entonces, cuando todo parece que va a saltar por los aires, Alés saca su capote y con esa elegancia tan suya comienza a sortear cornadas de muerte. El Sevilla, de alguna forma, vive de su prestigio personal, que aporta tiempo a la hora de afrontar pagos. Y él advierte: “No voy a dejar que el Sevilla vaya a la deriva”.

Tras la negativa de otros para hacerse con la dirección deportiva, se la juega con Monchi, delegado del equipo que había pedido incorporarse a la secretaría técnica. Paralelamente se tantean entrenadores. Se ofrecen muchos. Se baraja la opción de Rafa Benítez… Pero entonces surge el nombre de Joaquín Caparrós, tras una intermediación entre su representante, Juan Maraver, y el por aquel entonces vicepresidente José Castro. Todo se resuelve en una comida en Utrera. Alés quiere un equipo a coste cero, humilde, pero con ilusión. Caparrós tiene ese concepto claro. Basta una mirada a los ojos para saber que es el hombre. Otra intuición decisiva para la historia, otro acierto demoledor. Ahí comienza a gestarse el mejor Sevilla de la historia.

Roberto Alés tiene claro que necesita hombres más nombres, gente implicada para sacar el barco adelante. Llegan Ribera, Castedo, Casquero, César, Loren, Notario, Tevenet, Míchel o Pablo Alfaro, futbolistas que llegan sin coste alguno y, sobre todo, con ganas de comerse el mundo. Humildes, pero muchos de ellos sobresalientes fichajes, se encuentran con el grupo de uruguayos y con ilusionados canteranos, pero, sobre todo, con Joaquín Caparrós, que crea el aura necesaria para echarle consistencia a los sueños. Alés sabe que se la juega, pero no hay otra, porque la economía no da para más. Baja al vestuario y da su palabra de honor a los futbolistas que ocurra lo que ocurra van a cobrar. Lo garantiza él. Siempre cumple.

El trabajo en los despachos se hizo con diligencia, ayudado por el componente de la fortuna que todo equipo debe tener para llegar al éxito acompaña al Sevilla durante toda la temporada. La providencia, de alguna forma, premia la honestidad y el trabajo de un hombre que marca un camino estricto, pero justo para poder salir del atolladero. Los viajes siguen siendo en autobús, pero el clima familiar que se asienta en el vestuario puede con cualquier contratiempo. El Sevilla, contra todo pronóstico, sube a Primera como campeón de Segunda, tres jornadas antes de que finalice el campeonato. Se presenta, entonces, el segundo gran reto para Alés y su consejo de administración. El ascenso no significa nada si el equipo baja a la temporada siguiente como ocurrió en el 2000. Hay que darle consistencia al equipo para que resista los envites de la élite. Un año más toca tirar de imaginación, extremando acierto más que de chequera. Un botón de prueba, el caso de Moisés García León, petición expresa de Joaquín Caparrós, que quedó prendado de él en el Villarreal. Hay que rascarse el bolsillo con 125 millones de las antiguas pesetas. Eso hoy es una anécdota, pero en aquel entonces suponía ‘un riñón’.

Alés, sabe que la casa no está para dispendios y la operación no puede salir mal. Da luz verde, pero cuando está todo para firmarse los médicos no se atreven a dar el visto bueno. Alés, que tiene esa seguridad propia del hombre recto y de éxito, se la juega y se responsabiliza económicamente del fichaje en caso de problemas de lesiones. Dicho caso, demuestran con sus intuiciones fueron aciertos. Moisés marca 13 goles y se convierte en referente ofensivo junto a Olivera y Reyes. Es ahí, con el Sevilla octavo y rozando la clasificación para la Copa de la UEFA, con el club en vías de saneamiento gracias a su consolidación en Primera y al oxígeno que suponen los incipientes ingresos televisivos, cuando Roberto Alés, ese señor con mayúsculas que tomó la presidencia porque no había más remedio, decide dar un paso al lado. Justo en el momento que su obra empieza a brillar, con esa humildad que envuelve a su figura, entiende que la edad y las fuerzas no le acompañan lo suficiente para darle un nuevo impulso a la entidad hacia la elite.

Además, conoce el ímpetu de su sucesor, José María del Nido, y entiende que es precisamente eso lo que necesita la mejor obra que jamás levantó. Y una vez más su intuición fue acierto, traducido en una época gloriosa de éxitos excepcionales. 15 años después de su marcha, su figura sigue siendo imprescindible para entender el Sevilla FC moderno. Descanse en paz.