Calle

Macarena Santiago se dio cuenta, de que su traje de gitana arrastraba por uno de los lados. Uno de los volantes se había descosido. Fue su regalo de pedida, un vestido rosa con lunares turquesa. Hacía seis meses que su marido se había ido y cuando llegó la Feria encontró un pasaporte diplomático en ese vestido. Sus amigas hablaban los últimos meses de telas, flores y mantoncillos, pero a ella, que llevaba llorando desde el día que lo echó de casa, ni se le pasaba por la cabeza poner un pie en el Real. Tampoco se le pasaba por la cabeza que Sancho Ibarra no fuera a volver nunca.

Macarena Santiago era una mujer joven, con unos ojos de galgo esquivo y una piel morena que brillaba cuando el sol aparecía un rato, era bajita y voluptuosa. Tenía un carácter apasionado e impulsivo y estaba acostumbrada a vivir bien. En su vida nada fue complicado, a sus veintitantos años podía presumir de todo aquello que se le antojaba.

Esa tarde, Macarena, después del trabajo y de descansar un rato, se subió al autobús para ir a casa de sus padres. Llevaba los cascos puestos y en la radio, la locutora estaba hablando del origen de la Feria: “Los comerciantes tuvieron dificultades en sus negocios y el siguiente año solicitaron presencia policial y fue autorizada. Alegaron que los sevillanos y sevillanas con sus cantes y bailes dificultaban la realización de los tratos.” Algo cambió en el alma atormentada de Macarena Santiago que se quitó los cascos y se levantó de su asiento para preguntarle al chófer cuánto quedaba para la Feria. El conductor, mirándola de arriba abajo, con los ojos desorbitados y meneando la cabeza, le contestó que una semana.

Entonces, Macarena Santiago se dirigió a una zapatería y empezó a probarse zapatillas de esparto en verde, en rosa y en turquesa, la dependienta se fijó que lo mismo se probaba un treintaisiete que un treintaiocho y que lo mismo de un color o de otro y miró su reloj que marcaba las ocho y veinte de la tarde, haciendo cálculos mentales se acercó:
—¿Qué número necesita? —preguntó.

—Ninguno gracias —sonrió la chica dándose la vuelta hacia la salida—. Es una tontería, buscaba para la Feria.

Antes de llegar a casa de sus padres un coche pasó con las ventanillas bajadas y se podía escuchar a todo volumen música de sevillanas. Macarena Santiago tenía pasión por la Feria y ni un solo año de su vida se la había perdido. Así que, al entrar en la que había sido su casa antes de casarse con Sancho Ibarra, escuchó con atención todos los pormenores que le contaron sobre la última reunión de la caseta, el coche de caballos, los talonarios de socios, las taquillas y el grupo de flamenco. Se detuvo en seco petrificada al entrar en el cuarto de plancha y ver dos de los vestidos de su madre preparados y colgados de la lámpara. Ni siquiera parecía oír la voz de su madre explicándole como pondría este año lo adornos. Ráfagas de aire con partículas de albero se incrustaron en sus pulmones paralizándole la respiración. Salió de allí a toda prisa hasta pisar la calle, dando grandes bocanadas como una carpa recién sacada del río.

Nadie, excepto ella misma conocía las razones que le habían llevado a abrirle la puerta a Sancho Ibarra un doce de octubre. Pero como todas las cosas importantes que le ocurrían en su vida, el origen de la tragedia había empezado en la Feria, el año anterior.

A Macarena Santiago le gustaba la Feria, le gustaba cantar, comer y beber. A la muchacha le gustaba, ir de caseta en caseta con ese “nublao” que te deja el fino sin llegar a percibir la borrachera. Pero lo que más le gustaba de todo a Macarena Santiago era bailar. Sus padres habían intentado de todas las maneras posibles que bailara sin retorcerse y sin mirar de ese modo desafiante y caliente que no les parecía el más apropiado para una mujer joven y bien educada. Pero fueron esos meneos como en trance y sus ojos de anhelo, lo que atrajo a Sancho Ibarra al momento, y sin apenas conocerse empezaron a meterse mano entre volante y volante.

Macarena Santiago y Sancho Ibarra se conocieron en la Feria y la siguiente Feria ya estaban casados, bendecidos y sentados con los padres de ella la noche del “pescaito”, luciendo clavel en el pelo y mantón de Manila bordado a mano, regalo de boda de sus suegros.

En realidad Macarena Santiago nunca había ido al “pescaito” antes de la boda. Sus padres como titulares de la caseta se reservaban ese privilegio, pero después de casarse podía disfrutar de esa noche de Feria. Nunca olvidará aquel primer día en el que agarrada del brazo de su esposo puso sus pequeños pies en la Feria, horas antes del “alumbrao” para disponerse a cenar.

Ese año disfrutaron el paraíso de su Feria histórica. Se amaron cada noche en el silencio de su dormitorio, sin oírse, por el pitido constante de sus oídos estresados por los decibelios del día. Tomaron a las dos de la tarde caldo de puchero y tortilla de patata, con un botellín de cerveza. Se ducharon juntos entregándose a los pasos naturales de la vida. Y sus cuerpos florecieron a las cuatro de la tarde para representar la gran obra del año, en un inmenso escenario donde el mundo real desaparece. Un paraíso en que el olor a mierda de caballo se le antojaba a la pareja como el más fino de los perfumes.

Y así fueron pasando los días hasta que llegó el viernes. La pareja después de comer en la caseta de los padres de él en la calle Bombita, se despidieron para atender a distintos compromisos y amistades. Quedaron al cabo de tres horas en la calle Juan Belmonte, donde se juntaban todos los amigos. Macarena Santiago llegó a la caseta donde había quedado con su marido pero no estaba y aprovechó para ir al baño. Había bajado la cremallera del vestido de gitana rosa de lunares turquesa hasta la cintura para poder quitárselo entero y así poder orinar y no entendió lo que pasaba hasta después, pero a sus pies aterrizó un señor con un impecable traje de chaqueta y una corbata con un nudo de los gordos que le miraba desde el suelo. Al parecer el hombre pensó que el baño tenía puerta y se apoyó en la cortinita que separaba el retrete. Un estruendo imposible llamó la atención de las personas con oído más fino que esperaban ser atendidos en la barra, entre ellas Sancho Ibarra que acababa de llegar, y que encontró a su mujer con el traje de gitana, que él le había regalado como regalo de pedida, por la cintura. Con las tetas al aire y ante una multitud expectante, la muchacha estaba siendo arropada por la chaqueta del señor meteorito. La imagen golpeó el estómago de Sancho Ibarra como una eterna resaca.

La Feria manejaba el destino de Macarena Santiago como siempre lo hacía, una vez más, y ahora, un año después, se lamentaba de no tener a Sancho Ibarra a su lado.

De modo que, cuando el señor aquel apareció, ese viernes de Feria, de bruces entre las piernas abiertas de Macarena con el vestido a medio quitar, se quedó grabado en la retina de todos los que observaron la escena, como si de un cuadro costumbrista se tratase. Era el cotilleo de la caseta y ella, zalamera, hizo del momento algo natural bailando con el susodicho, de aquella única manera en que ella podía bailar, para quitarle hierro a la cosa, dijo. El hombre, confuso por la situación, siguió el juego de la muchacha sin poner resistencia. Y ese vestido rosa con lunares turquesa se movía al compás del cuerpo sensual y alegre de Macarena Santiago.

En ese momento fue cuando Sancho Ibarra empezó a cambiar.

—Bailé con el porque me daba pena —dijo ella— para que se olvidase del momento desagradable.

Ni el señor del nudo gordo en la corbata, ni Macarena volvieron a pensar en todo aquello pero Sancho Ibarra no pudo pensar ya, en ninguna otra cosa.

Los farolillos hechos girones, se desgarraron con el aire y la lluvia de aquel viernes de Feria. Fueron arrancados por miserables chaparrones de diez minutos. El cielo como un buque de guerra, no dejaba paso al sol que se esforzaba detrás de una formación nubosa. Ese escenario cerraba el viernes de Feria de doce meses atrás.

En el camino de vuelta a casa, Macarena hablaba sin parar y Sancho sin prestar atención caminaba a su lado, en silencio.

Esta era la primera Feria que Macarena Santiago había decidido no pisar. Había pasado el año entero esperando, que Sancho Ibarra regresase, a pedir perdón, para continuar su historia de amor. Y ahora que se acercaba la Feria y no había aparecido y que la ciudad entera se preparaba para figurar en el montaje de la obra. Ella, Macarena Santiago, se había quedado sin papel. Sin papel de estrella principal.

Después de aquel encuentro fortuito en el retrete, con un señor desconocido y perfectamente uniformado y ella medio desnuda. Después de unas sevillanas bien bailadas y unas horas de silencio espeso, se acabó la Feria. Su marido dijo que estaba malo y se acostó.

Macarena pensó que la desidia de su esposo se debía a los sueños atrasados de tantos días seguidos de Feria, y ese fin de semana se dedicó a preparar tortilla de patata, carne con tomate y a hacer litros de puchero que tomaban desde el desayuno. Sancho sucumbió a los guisos exquisitos de su esposa, pero no a las carantoñas que por la noche le regalaba.

Y los siguientes tres meses no se levantaba más que para trabajar en la fábrica de aceitunas en las que ambos trabajaban, propiedad de los padres de Macarena Santiago. Cuando regresaban del trabajo, Sancho Ibarra se encerraba en un pequeño cuarto de invitados para jugar a la Play hasta la hora de dormir. Macarena Santiago, paseaba su cuerpo desatendido, en ropa interior, por las narices de Sancho, salía de la ducha desnuda y paseaba por la casa. Macarena Santiago cocinaba sólo con un delantal y llamaba a Sancho para poner la mesa, que él ponía sin arrimarse a las nalgas canela que lucían delante de los fogones.

El calendario de la cocina se desnudaba inútilmente, perdiendo peso hasta quedar famélico. Ni las súplicas a la hora de la siesta, ni las explicaciones que pedía la muchacha, hicieron a Sancho Ibarra caer en la tentación.

—No sé lo que te pasa —le dijo—llevas seis meses sin tocarme.

El siguió jugando con la Play, ignorándola, y ella, suplicando a la hora de la siesta, poniéndose delante, pidiendo explicaciones, apangado la máquina, gritando y llorando.

Entonces, una ráfaga de viento huracanada abrió una ventana, y la puerta dio un fuerte golpe al cerrarse de repente. Macarena Santiago, engarzando reproches e insultos con hilo de nylon, se colgó de su cuello dorado un triste collar con el único cierre posible. Fue tirando juegos de la Play por la ventana abierta por el viento, y todo lo que encontraba de Sancho formó parte de un remolino arrojado desde la ventana y Sancho Ibarra salió por la puerta sin mirar atrás.

Y ahora que a Macarena Santiago la Feria se le echaba encima, y se despertaba cada noche de sopetón, soñando con Sancho Ibarra desbrozando volantes de un vestido rosa con lunares turquesa. Ahora que amanecía cubierta en sudores y llorando. Ahora que hacía seis meses que su marido había salido por la puerta sin dejar rastro…cuando salió de casa de su madre el viernes antes de Feria encontró un pasaporte diplomático en ese vestido.

Macarena Santiago tenía un carácter apasionado e impulsivo y estaba acostumbrada a vivir bien. Le gustaba la Feria, le gustaba cantar, comer y beber pero lo que más le gustaba de todo a Macarena Santiago era bailar. Y bailando y retorciéndose de ese modo desafiante y caliente, pensando en menearse, como en trance, dejando correr un manantial de pasión incontenible pensaba cerrar la herida: taconeando en la calle Juan Belmonte como toda la vida.

Macarena Santiago se dio cuenta de que su traje de gitana rosa con lunares turquesa arrastraba por uno de los lados, uno de los volantes se había descosido. Pero ella, que llevaba veintinueve ferias a su espalda, ni corta ni perezosa levantó uno de los volantes inferiores, abrió el bolsillo de la faldriquera sacando uno de esos kit de costura de los hoteles y enhebrando la aguja, lo cosió.

Tras ejercer como psicoterapeuta durante quince años, es Master de Escritura Creativa por la Universidad de Sevilla. Leer y escribir le brindan la oportunidad de entender el mundo a través de la vida...

4 respuestas a “Faldriquera de lunares”

  1. Me encanta. He sentido lo que es la feria yo que no voy hace muuuuchos años. Besos

  2. Siempre me quedo con ganas de más, los personajes se convierten de pronto en algo muy mío. Es genial, espero el próximo….

  3. Maravilloso !!!!! Cuantas posibles historias en la feria !!!! Traslada esa sensación de necesitar más y más feria . Me ha encantado como todos ! . Deseando el próximo como cada semana .

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