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Crítica. ‘En mundo mejor’, de la directora danesa Susanne Bier, se presenta en la Sección Oficial como la propuesta más interesante del Festival y digna merecedora del Giraldillo de Oro.

Jesús Benabat. La espera ha sido larga, estéril, exasperante a veces, pero sería injusto negar que ha merecido la pena. Tras seis días de proyecciones mediocres, decidamente malas en algunos casos, la séptima edición del Festival de Cine Europeo de Sevilla alcanza al fin el nivel que un certamen de estas características, cuya falta de incidencia internacional debe ser suplida por una programación sugerente, merece y necesita para ser cada vez más grande. Y además lo hace con una película enmarcada dentro de la Sección Oficial, hecho que, esperemos, signifique su triunfo más absoluto.

En un mundo mejor es la nueva película de la directora danesa Susanne Bier, una de las voces europeas más legitimadas de la actualidad, quien ya sorprendió a muchos hace dos años dentro del homenaje que el Festival dedicó a Dinamarca con su fascinante y desgarrada Después de la boda (2006). Antes, ya había filmado El amor de mi vida (1999), cuyo éxito de público la encumbró como figura de referencia en su país, Te quiero para siempre (2002), englobada en el movimiento artístico Dogma 95 iniciado por los también daneses Thomas Vinterberg y Lars von Trier; y Hermanos (2004), seleccionada por los festivales de Sundance, Toronto y San Sebastián, donde se alzó con sendas Conchas de Plata a sus intérpretes protagonistas. Incluso ha tenido la oportunidad de realizar su primera incursión en Hollywood de la mano de dos actores consolidados como Benicio del Toro y Halle Berry en su notable Cosas que perdimos en el fuego (2007). Ante estas credenciales, las expectativas suscitadas en torno a su nueva película están plenamente justificadas.

Y, ciertamente, no ha defraudado. Susanne Bier construye un intenso y profundo drama que reflexiona sobre la violencia y las dinámicas del caos que fluyen subterráneamente en la sociedad occidental desarrollada realizando una sugestiva comparación con otra cultura supuestamente inferior (en este caso la africana), en la que curiosamente se repiten y asemejan muchas de las actitudes que brotan en su reverso amable, la otra cara del mundo identificada aquí con la aseptica y feliz Dinamarca.

Como nexo de unión, un médico sueco que trabaja periódicamente en un campamento de refugiados de un lugar indeterminado del continente africano atendiendo, apenas sin los medios mínimos, a fluyos incesantes de enfermos y heridos sin mayor esperanza que ser recogidos por un espíritu amable. Cuando no se encuentra realizando estas labores humanitarias, viaja a Dinamarca para estar con sus dos hijos y su mujer, de la que se encuentra en proceso de separación. El mayor de sus hijos, de diez años, sufre un acoso constante en el colegio por parte de una banda de chicos que le increpan por ser sueco. Sin embargo, su vida mutará radicalmente cuando conozca a Christian, un chico confuso y lleno de odio que acaba de perder a su madre y regresa con su padre desde Londres; el cual sembrará en su existencia complejas dicotomías acerca de la actitud que tomar dentro de una sociedad aparentemente plácida y pacífica pero en la que se producen subterfugiamente brotes espontáneos del caos que es, en sí mismo, el ser humano.

La realizadora danesa narra con poderoso sentido del ritmo una historia que preneta en la mente del espectador con una alienante y vaga sensación de empatía con los dos paradigmas que se plantean como posición a mantener en el juego interactivo de la vida en sociedad. Por un lado, una actitud pasiva y coherente con los valores morales instituidos como normas en el estado social representada por la figura del médico; por otro, la conducta activa y represiva de la que hace gala Christian. En un mundo mejor analiza las dinámicas de autoridad y dominación que se desarrollan en las relaciones humanas, como un juego de poder en el que el más fuerte prevalece mediante el uso consciente de su superioridad. Christian utiliza sus prematuras dotes intelectuales y técnicas para controlar a su nuevo amigo, educado por su padre en los valores (podríamos decir cristianos) del perdón y la tolerancia, al igual que el inefable caudillo africano aterra a toda la problación de la región con sus viles secuaces armados.

 

La colisión entre ambas concepciones se produce en más de una ocasión a lo largo de la película; desde la venganza violenta de Christian contra el abusador del colegio, una actitud ante la que es difícil permanecer en la coherente posición de condena a la que el acto impele, hasta el momento en el que el médico se ve sobrepasado por la situación y facilita el linchamiento del asesino, una escena que concentra en sí misma buena parte del espíritu pesimista de la cinta, con una hondura dramática difícil de ver en el cine actual. El debate queda abierto; la sociedad al borde del caos, a un paso del desorden que nos lleva al exterminio; se trata de elegir entre perdonar o castigar.

En un mundo mejor conmueve y fascina por igual. Más allá de la evidente profundidad de la trama, Susanne Bier filma con un estilo demoledor, sabe cuando ralentizar la imagen, cuando mantenerla sobre el rostro del personaje, cuando dar el giro que añada un significado complementario a la escena; apuesta por un lenguaje fílmico de una belleza cruda, desgarrada e hipnótica, dirige como una cineasta total heredera de los grandes nombres del cine dramático, y además innova en el aspecto formal con nuevos recursos que domina con pasmosa soltura.

Por si fuera poco, se rodea de una terna de actores que aportan un verismo y unos matices a la trama sorprendentes; el mejor ejemplo, Mikael Persbrandt, toda una institución en Suecia aunque poco conocido fuera de sus fronteras, verdadero centro de la película dando vida al médico solidario y tolerante. Persbrandt realiza una de las interpretaciones más creíbles, dolientes y excepcionales que este humilde cronista ha tenido la oportunidad de disfrutar en los últimos años. Tampoco quedan muy lejos el conocido Ulricht Thomsen (ya trabajó con Bier en Hermanos), Trine Dyrholn, o los dos jóvenes protagonistas, Markus Rygaard y Willian Jonk Nielsen, demostrando el buen hacer de Bier en la dirección de actores poco veteranos.

En un mundo mejor ha entrado ya con letras doradas en la historia de este Festival, cuyo raciocinio, esperemos, le impela a hacer justicia y encumbrar a la que sin duda alguna será la mejor película que los espectadores sevillanos puedan ver a lo largo de esta semana. Susanne Bier ha conseguido conmocionar y fascinar a partes iguales con una película que trasciende las fronteras del circuito de festivales y se interna en el mercado cinematográfico internacional, en el que le auguramos un éxito rotundo. De hecho, es la preseleccionada por Dinamarca para competir por el Oscar de este año.

Ya no importa lo que sufrimos con anterioridad o lo que quede por llegar. Una buena película bien vale un festival.

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