Es siempre un placer ver representada una de las obras cumbre de nuestro Siglo de Oro: ‘El alcalde de Zalamea’ de Calderón de la Barca, traído al teatro Lope de Vega por la Compañía Nacional de Teatro Clásico.


Miguel Ybarra Otín
. Con dirección de Eduardo Vasco, este montaje estrenado en Sevilla respeta el lenguaje del XVII y recurre a una sencilla escenografía, efectiva en cada sugerencia ambiental cuando es el espectador quien termina de construir dentro de sí el escenario en el que cada escena se desarrolla.
Es una versión sobria, austera, pero muy bien llevada e interpretada. Joaquín Notario encarna esa lucha de Pedro Crespo por el honor, ese honor patrimonio del alma, sea cual sea la condición de la persona. Sigue por ello, como buen clásico, con toda su vigencia esta obra, que es de las de Calderón la que personajes más terrenos muestra.
Éstos, sobre las tablas, muy bien caracterizados: simpatiquísimo Nuño –José Juan Rodríguez-, que como Don Mendo desaparece en la última parte, la más dramática y en la que Pedro Crespo se hace personaje mítico.
Su hija Isabel, su hijo Juan, Inés y otros personajes permanecen sentados en los laterales mientras no los llama el texto. Y así discurre la historia sin tampoco alardes de iluminación y con bonito vestuario reutilizado de obras anteriores.
El vestuario, como su discurso, es el mismo en el alcalde de Zalamea durante toda la obra: éste, ya ostentando el puesto, sigue siendo villano, hombre rural y sencillo, con las mismas ideas y formas de proceder.
Sutil y sin grandilocuencia, recortando también cierta ampulosidad y retórica del texto, esta versión de la Compañía Nacional de Teatro Clásico -última de Vasco antes de abandonar su puesto- merece el aplauso y es siempre de celebrar.

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