El Calvo invita: ‘Suing. El catacrack’, obra estrenada en La Fundición -con música en directo del cuarteto Jazz de Marras- y en cartel hasta el jueves 30: acérquense a pasar un buen rato o apúntense el título para acudir -esperemos que muy pronto- a otra sala.

Miguel Ybarra Otín. Los chicos de El Calvo presentan su cuarto espectáculo cómico: lo hacen con los mismos desenfado y poca vergüenza de siempre, con magníficos sketches y con la valentía y generosidad de compartir taquilla con estos grandes músicos, que son quienes inician la función.

Suenan saxo, bajo y guitarras cuando los cómicos, entre el escenario, comienzan a armar jaleo y a bajar las escaleras, tan generoso Falín M. Galán que, de camino al bar, ofrece traer cerveza a los espectadores; a su vuelta abre la puerta equivocada y aparece despistado en medio del concierto, que tanto le gusta (son realmente buenas, llenas de ritmo las melodías) que ahí se queda -a lo Nanni Moretti en ‘Caro diario’- tan contento y con ese descaro, arrastrado por las notas hasta esa batería que resulta que sabe tocar muy bien (aunque rompiendo el ritmo, claro). Magnífico el inicio.

Dani Bargalló acude a quitarlo del medio ante los estupefactos músicos y allí aparece entonces Juande Ibáñez -autor del texto de la obra y maestro de ceremonias en la misma- quien contrata a los dos amigos para ‘Suing’, la pieza sobre uno de los maestros del swing jazz, el personaje inventado Johnny D. Miller, a quien Dani Bargalló da vida desde su nacimiento en Nueva Orleans y hasta su muerte: música, drogas, mujeres, juicios, cárcel y el amor de su genial perro: simpatiquísimo el personaje interpretado por Falín.

La obra se desarrolla en dos actos, con un pequeño “intermedio” que sigue siendo obra y donde el perro discute con su dueño por básicas limitaciones del reparto. Hora y media larga de humor gamberro, absurdo, ingenio, mimo -muy buena la escena en que Dani Bargalló estira dos metros su brazo hasta coger la petaca-, exageraciones -la escena de las pipas-, etc., siempre con swing (y a veces clarinete en vez de saxo) como banda sonora.

Durante todo ello, se limitan a sus instrumentos los chicos de Jazz de Marras, de quienes un poquito de interpretación -a ojos de quien escribe- terminaría de ensamblar alguna escena, como la de la raqueta y la guitarra, que puede haber quedado algo previsible. Quizás también al enfadarse y retirarse del escenario podrían añadir algo de protesta, pues -sean actores o no- allí están y su silencio hace algo de vacío. Pero esto es sólo una opinión del espectador que escribe. Las risas, de cualquier modo, se desataron junto a los aplausos (aforo lleno ayer martes) durante toda la función.

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