Bicicleta anclada/Manuel Alfonso en Flickr

“El agujero negro solo aparece en silueta pero luego se abre y revela información sobre lo que ha caído dentro. Eso nos permite cerciorarnos sobre el pasado y prever el futuro” (Stephen Hawking)

Una soleada mañana de marzo en un radiante día luminoso. Laura baja las escaleras del portal de un viejo edificio de ladrillo amarillo. Se acerca a una farola y abre la cadena que amarraba la bici, se ajusta la mochila y comienza a pedalear con la certeza de sentirse mejor. Ha borrado esa sensación de desprecio hacia sí misma que ha succionado su voluntad los últimos meses. Respira el aire cálido de promesas cumplidas. Laura ha desterrado la depresión y confía en que esta vez es para siempre.

Le queda el seguimiento, de un programa de grupo al que acude, pero ya está oficialmente de alta y aunque puede quedarse el tiempo que necesite, se siente preparada para volar sola. Además ha alquilado un apartamento cerca de su trabajo nuevo. Ha quedado por la tarde con el camión de la mudanza. Tiene todo embalado, menos el cuaderno con los escritos del último año: algo de escritura automática de ese ser dañino que ha estado habitando su interior. Se para en un semáforo, apoya el pie izquierdo en el suelo y espera a que cambie.

Cuando piensa en los otros que llegan nuevos al grupo… los ve moverse lentamente como zombis fumando un cigarrillo tras otro, encorvándose sobre sí mismos, y sus voces apenas inteligibles, vacías, perezosas.

Así es como es. Laura sabe qué se siente al principio. El primer día que te sientas en aquella silla, no apuestas un duro por salir del agujero. Aquello no era vivir. Aquello no era vivir.

Ella sabe que ha salido de aquel pozo, igual que sabe que la llave del estudio alquilado, con vistas, tintinea cuando pedalea. Un ático mirando al Aljarafe. Un octavo con orientación sureste. Por la mañana da el sol todo el día en invierno.

A pesar de que el invierno ha desaparecido casi por completo dando paso a la primavera temprana. Laura no ha perdido pasión en el trayecto, pero conserva algunas sensaciones que le permiten observar el borde gris del camino. Sólo para cerciorarse de que estuvo dentro de la pesadilla. Ahora alza la vista al cielo azul. Ahora ese semáforo ha cambiado a verde y ella sigue pedaleando.

Laura pasa por una zona de naranjos, las últimas lluvias los han cargado de azahar. Sabe que un par de días soleados los hace florecer. Sus días en el banco del parque se lo dicen. ¿O acaso no ha mirado esos pequeños capullos durante horas? Allí se dirige, para cerciorarse del pasado y prever el futuro.

– Damos la bienvenida a una nueva integrante del grupo —la voz de la terapeuta sonaba firme—. Damos un aplauso a Laura. Adelante. —Hace un gesto con la mano dándole el turno.

– Dentro de mi cabeza siento mucha presión. Paso los días sentadas en un banco del parque. Cohabito con ruidos, fantasmas y demonios peleando por taladrar mi cráneo. Escapar del infierno no es posible. Toda esa gente mala, alojada en mi joven calavera provoca que mi comportamiento sea peculiar. Bueno, en realidad yo tengo ideas brillantes y si me avocan repetidamente al fracaso, lo intento de nuevo. Pero ahora, por cada objetivo que me propongo y me sale rana, vuelve a ocurrírseme otro aún peor. Cuando voy por la calle miro a las personas y parecen tan felices, deseo ser cualquiera de ellas. Todas caminan erguidas. Yo voy a cuatro patas y a ratos arrastrándome —se lleva las manos al rostro y rompe a llorar.

Ese viernes, al salir de la terapia es consciente de su espantosa y eufórica existencia en aquel banco. Todos los caminos que puede tomar tienen brasas incandescentes, pero airear los trapos sucios y todas sus dificultades ante un grupo de desconocidos no es una alternativa.

De repente, sin saber cómo, aparece un hombre caminando al ritmo del Adagio de Albinoni, viste unos vaqueros y una camiseta. Tiene el color del sol, y al pasar a su lado la mira unos segundos. Los ojos del hombre son color miel y disparan un dardo que hace blanco en el pecho encogido de ella. Aquel hombre le acaricia alma. Es un ángel.

Ella se da cuenta de que el hombre, puede ver en su interior. Le ha dado un mensaje, (lo ve sentado en un río de la mano con una mujer a la que no puede ver la cara. Lo ve corriendo por las calles del barrio. Lo ve descargando cajas de un camión de mudanzas a la puerta de un estudio con vistas y orientación sureste). Lo sabe porque ya le ha pasado antes. Esas cosas se saben, si encuentras el amor lo sabes, igual que sabes si alguien no te conviene. Ella sabe lo que ha ocurrido. Esa luz naranja que ha penetrado en su interior es el dardo del amor. Solo que no se puede disfrutar si la otra persona no está preparada. Y ella no está preparada.

Laura continúa la dura tarea de acudir las sesiones grupales:

– Es una semilla que florece en el momento oportuno y desde luego no es este. Pero lo voy a conseguir. Después buscaré a ese hombre para darle las gracias y devolverle un poco de lo mucho que me ha dado.

– ¿Qué te ha dado ese hombre Laura?

– Su luz. Y quiero agradecérselo.

– La luz está dentro de nosotros, solo hay que encontrar el interruptor para prenderla. —la terapeuta después de sonreírle, le da el turno a otro de los chicos.

Laura no puede creerse que esté charlando de sus problemas y escribiendo en un cuaderno esas cosas. Todo el mundo sabe que los trapos sucios se lavan en casa. Qué ha este mundo hemos venido para sufrir, y desde luego, hay que aguantar con lo que nos toca, porque sólo los débiles lloran en público, los que no están curtidos para este mundo.

En aquella libreta que ha comprado para apuntar sus objetivos, (a corto plazo, a largo plazo, a medio plazo), su esperanza por un futuro mejor cobra sentido. En la última página escribe esta historia y subraya en rotulador naranja: «buscar al príncipe de la luz que me acarició en lo más profundo». Laura pinta flores y corazones adornando los bordes de las páginas. Después de ese bloc viene otro y luego otro… En cada uno de ellos concluye con la determinación de recuperarse y buscar al hombre.

Nunca se sabe: un día estás durmiendo en un banco del parque oyendo graznidos de patos y congelada de frio; y al rato estas saliendo de tu casa con un abrigo una mañana soleada, ¿o era al revés? Escribe.

Laura ha retomado los estudios, a algunas de sus amistades de siempre y las comidas familiares los domingos.

– Ahora escribid en un papel vuestro compromiso; recordad que es con vosotros mismos, ¿estáis listos?

– Sí, lo estamos

– No os he oído, decidlo más alto. ¿Estáis comprometidos? ¿Estáis listos?

– Si, lo estoy -grita Laura.

– Pues poneos a ello.

Ese viernes, aparca la bicicleta en un árbol a la entrada del parque y camina por el sendero que lleva al banco. El mismo banco de antes, un poco escondido por una adelfa, en el camino de piedras. Volver al punto donde los últimos meses ha podido sentir un poco de paz, forma parte de ese compromiso. El compromiso de la despedida, lo lleva apuntado en una cuartilla; deshacer el conjuro y expulsar al demonio.

– Ahora quiero que cerréis los ojos: Alojado en vuestro tallo encefálico hay un pequeño y diminuto Lucifer, su única intención es haceros daño. Él os lleva por un laberinto sin salida. Agazapado espera a que os perdáis… Aquí aprendemos a mantenerlo a raya —la terapeuta dirige la sesión y da el turno a los presentes que hablan del maligno.

Su destino está decidido un cálido y soleado viernes, sentada por última vez en ese banco. Ahora que su resistencia física y mental es la de un Faquir, ahora que puede caminar por clavos y brasas. Alguien ha dejado un periódico atrasado en el banco. Laura lo coge y lee: «El agujero negro solo aparece en silueta pero luego se abre y revela información sobre lo que ha caído dentro. Eso nos permite cerciorarnos sobre el pasado y prever el futuro» Stephen Hawking.

Laura se queda desconcertada, se da cuenta de que es una señal. Permanece con la vista clavada en el titular. Se da cuenta de que eso lo dijo Hawking hace mucho, sin embargo, ha sido necesario que el físico se haya ido y que ella haya salido de una depresión profunda, para comprender adonde quería ir a parar. Era necesario entrar en el agujero para obtener la información revelada en cada sesión de grupo e interpretarla, como en un espejo reparó en cada uno de los miembros y se miró en ellos. Un día cálido casi primaveral del sur de España, Laura sentada en el banco del pasado, prevé su futuro. Al levantar la vista, en las piedras grandes del arroyo, le parece verlo sentado. Solo, al final del sendero de grava junto al estanque. Aquel hombre… Se acerca con la vehemencia de los años, esperando la oportunidad del agradecimiento. Con la admiración que cualquiera tiene a un hombre que va por ahí acariciando almas y aliviando el dolor de los que han tirado la toalla.

Ansiosa, casi sin atreverme y acercándose por detrás, le pone la mano en el hombro. El hombre se gira. Es él pero…en un cráneo envejecido, una mirada perdida con parpados entre abiertos, levanta la cabeza a duras penas. Alza la cabeza para poder ver por la rendija de sus ojos caídos y sucios de legañas. Ella lo mira buscando su luz. Él le sonríe de medio lado, con las comisuras blanquecinas. Tambaleándose se levanta de la roca en la que está sentado y le ofrece una botella. Laura se queda inmóvil. Con un deseo irrefrenable de alejarse, olvidarlo, borrarlo, de que no exista. Permanece paralizada, desconcertada y confusa unos segundos.

El ángel dice algo incomprensible, palabras hostiles e indescifrables salen entre sus dientes picados. Parece desamparado, está sucio, abandonado. Sin decir palabra, Laura camina hacia atrás sin dejar de mirarlo. En el estanque graznan los patos.

Ella retrocede y el sol aparece entre los árboles cubriendo su cuerpo de oro y acaricia su espalda. Se retira, observada por los ojos hundidos del aquel espectro, que hace un año prende luz en su corazón. Laura piensa: « Esa podría ser yo».

Ella regresa rodeando el parque hasta coger la bicicleta, saca la llave de la pitón. Pedalea metida en sus pensamientos, acompañada por el traqueteo de las ruedas de la bici en la calzada. Se acerca a la farola y abre la cadena para amarrarla. Busca unas llaves en la mochila, abre la puerta y sube las escaleras del portal de un viejo edificio de ladrillo amarillo. Al llegar a uno de los pisos mete otra llave en la cerradura de una antigua puerta marrón, con varias capas de pintura despellejada. Allí en la mesa de estudio está el último cuaderno. Lo abre por el final y escribe: “El Ángel le dio su luz y se vació. Cuando lo encontré estaba muerto”. Después mete el cuaderno en el cajón del escritorio y lo cierra.

El transportista le pregunta por segunda vez si cargaba el pupitre, ella lo mira fijamente sin verlo, pensando en el hastío que le llevó a ese banco durante unos segundos eternos: «no hace falta está muy deteriorado, se queda». El camión de la mudanza se aleja, Laura comprueba la dirección de su estudio con terraza que lleva apuntada en un papel: «Un ático con vistas al Aljarafe. Un octavo con orientación sureste. Por la mañana da el sol todo el día en invierno» Dice dando las señas al taxista.

Tras ejercer como psicoterapeuta durante quince años, es Master de Escritura Creativa por la Universidad de Sevilla. Leer y escribir le brindan la oportunidad de entender el mundo a través de la vida...

6 respuestas a “El agujero negro”

  1. Relatos cortos que te ponen el alma en un vilo, enganchan. Muy interesante y muy profundo

  2. Cuánta admiración me producen las lecturas de Estela! Qué bien se tiene que sentir cumpliendo, al fin, sus deseos de escribir. Valiente es la palabra que mejor la define como mujer. Frescos y esperanzadores sus relatos. Enhorabuena, preciosa!!!

  3. Que de significado recogen esas letras, Stella, cuánta verdad y conocimiento de las almas. Como siempre magistral. Enhorabuena, mi admiración más incondicional.

  4. Como siempre maravilloso, me quedo con la frase “La luz está dentro de nosotros, solo hay que encontrar el interruptor para prenderla“.

  5. Cada vez más sorprendente , una lectura agradable que hace pensar y siempre con un final sorprendente . Cuanta profundidad en tan pocas palabras ! . Enhorabuena de nuevo.

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