Vinieron sólos desde México o desde Canadá, desde España o desde Paraguay, desde Estados Unidos o Francia… Y tienen tantas cosas en común que las maletas que más pesan, antes de hacer el camino hasta el aeropuerto, son las de su experiencia. Se acerca el momento del adiós, y así lo deja claro el brillo especial que ilumina la mirada de una treintena de jóvenes de 18 a 25 años al atardecer de una jornada más para el encuentro. Es la primera noche de verano, tiempo en el que se cierra una etapa y se vislumbra otra nueva.

CRÓNICA | Juan C. Romero. El calor propio de esta estación los acompañará de diferentes formas. Llegará, en unos casos, de manos de unos familiares y amigos ensanchados en el entrañable instante de un reencuentro bajo el alumbrado navideño que derrite la escarcha  de una calle cualquiera en el hemisferio norte. En otros casos,  el calor seguirá siendo físico, en Suramérica,  pero con la refrescante brisa de unos compañeros reacios a poner todavía un punto y final, los que seguirán un semestre adelante en esta aventura. Con el soplo frescos de los uruguayos siempre cercanos, siempre atentos, dispuestos hacer fácil lo difícil.

En el estuario del Río de la Plata los acentos del castellano se propagan diversos entremezclados con palabras del francés, redondeados vocablos del dialecto andaluz, o imposibles pronunciaciones del alemán. Suenan rítmicas y melódicas ‘a la uruguaya’, o picantes como el chile mexicano. Y casi se pueden confundir en sus altibajos con el murmullo de las olas. Las conversaciones van dejando un sabor agridulce en los labios de este grupo de amigos.

Hablan de historias en pasado. Lástima. Como la corriente del río han llegado a su encuentro con el mar, al cabo de cuatro meses. Bajaron a un ritmo vertiginoso dando vida a diferentes paisajes, pasando por estampas que enmarcarán en sus vidas. Antes no se conocían, y de no ser por un intercambio académico en cuyas listas se dejaron ver sus nombres, uno junto a otro, poco sabrían de la cantidad de intercambios que les quedaba por descubrir. Compartieron la ilusión del encuentro consigo mismos y con el otro. Se enfrentaron a sus contradicciones, y asumieron el reto del descubrimiento de una realidad desconocida a través de  sus calles y plazas, de muchas risas y quizá también de alguna lágrima… rompiendo las barreras del prejuicio.

Nada sabrían antes de la  Rambla de Montevideo en cuya arena marcan sus huellas durante estas horas en medio de un  clamor de multitudes. De multitudes de versos que glosan unos comentarios que se saben últimos pero querrían ser más. “Todo pasa y todo queda, pero lo nuestro es pasar, pasar haciendo caminos, caminos sobre la mar” dice el poema del sevillano Antonio Machado en la voz de Serrat. El hondo palpitar de este grupo en la orilla, de darse un instante para el silencio, debe sonar como los tambores del candombe que alguna vez oyeron en Ciudad Vieja. La mañana pronto dará la bienvenida a otro día en Uruguay, y sobre la arena de la playa esperarán las huellas el  natural lamido de un río que quiere ser mar. Ellos pasaron y quedaron. De sus estelas darán cuenta simultáneamente a lo largo y ancho del planeta. Allá donde sus voces revivan sueños, dichas y amaneceres que aunque pasados guardan para siempre en su regazo.

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